martes, 16 de diciembre de 2008

Carcelarias de Inés Valdano


Empecemos con una confesión: las películas de presas, de mujeres encarceladas, es una de mis pasiones culpables. Con un trimestre cursado de primero de psicología se me dejaría en evidencia, lo sé, pero la convicción de que algo funciona mal en mi cabeza no frena mi pulsión por atesorar una absurda colección de filmes de reclusas y de estudios sobre la materia. Hasta ahora mi biblia personal era el Prison Sex de Howard Lemark, más por falta de competencia que por méritos propios. El libro tiene un par de handicaps (a parte de estar editado en 1991, con lo que toda la filmografía posterior escapa a sus dominios); a saber: estar escrito en inglés, idioma cuyas sutilezas se me escapan (por edad me tocó el francés y los Chiripitiflauticos), y restringir su radio de acción al cine erótico y blandiporno (uno de los subgéneros más interesantes, sin duda, pero no el único).
Por eso un servidor, y seguro que algún que otro individuo más, recibimos con los brazos abiertos y llenos de alborozo este maravilloso volumen que nace para rellenar este imperdonable hueco cultural. Exhaustivo como una tesis doctoral y ameno como una charla de bar entre amigos, esta maravilla en forma de libro es desde ya el rasero por el que se medirán aproximaciones posteriores al asunto. ¡Y está escrito por una compatriota!
Entrando en materia, el libro se divide en tres bloques, más una introducción de Mercedes Llul, directora de la Penitenciaría de Valldemoll (Girona), que nos pinta un fresco tirando a destrempante de la situación real hispana. Desmitificador y muy esclarecedor. La primera parte es un estudio detallado del subgénero del jabón en el que se analizan y desmenuzan, desde una perspectiva historiográfica y con ejemplos ilustrativos, todos los tópicos y lugares comunes. Ya sabéis: guardas con mala hostia, alcaide sádico, protagonistas encerradas por error, reclusas que pueden-conseguir-cualquier-cosa-a-cambio-de, pelea en las duchas, camisetas rasgadas, cuchillo casero, violación lésbica, etc, etc. Muy instructivo.
El segundo macrocapítulo, el más interesante para un servidor (ejem), lleva por título Entre Rajas y, como ustedes imaginarán, se centra en la parte más húmeda y clasificada S. Profusamente ilustrado y escrito con mucho humor e inteligencia, lejos de estúpidos maniqueísmos o demagogias que no vendrían a cuento, suponen 60 páginas de absoluta alegría.
El tercer apartado se centra en el aspecto social, en las películas más serias y de denuncia. No se asusten, que aunque huela a tostón no van por ahí los tiros y se lee de un ídem. Actualizado al máximo (incluyen referencias a las aún calentitas Carcelarias y el Patio de mi cárcel) resulta un perfecto broche de oro a este magnífico estudio.
Inés Valdano, joven, inteligentísima y (por la foto de la solapa) condenadamente guapa, lo tiene todo para convertirse en ídolo de masas, salvo su empeño en dedicarse a una actividad tan demodé como escribir sobre papel. Tras este libro que nos ocupa ya tiene en preparación una recopilación de relatos (a publicar por Hijalde Ediciones), a parte de colaborar semanalmente con una columna sobre cultura popular en el Diario del Norte, edición Madrid. No olviden su nombre.

martes, 28 de octubre de 2008

La cirugía es tétrica de Marcelino Pons.

El padre de la criatura: Marcelino Pons (Badalona, 1971), emigrado a México D.F. a la edad seis años, por motivos de trabajo de su padre, diplomático. Inmerso desde la adolescencia en las corrientes contraculturales (o algo así) de la capital mariachi, forma parte del staff del semanario La Chinche y del grupo teatral Shakespeare’s Groupies. Se decanta pronto por la palabra impresa en detrimento de la acción performática más o menos gamberra. Mientras se doctora en antropología no deja de escribir y publicar relatos, ensayos y pequeñas novelas en lo más granado de las editoriales independientes de la patria de Zapata. Muy recomendable Vida y muerte de Vicente el escribano, una hagiografía imaginaria inspirada en su mentor (y amante, dicen las malas lenguas) Juan Vicente Flores; o la mayestática compilación de textos breves Tractatus en si bemol, un apabullante despliegue matemático-narrativo que lo sitúa entre lo más destacado de su generación.

La madre de la criatura: el editor Rodolfo Lapido, dueño, director y motor de Publicaciones Zisma, decide crear la línea editorial Páramo, centrada en la literatura de género fantástico (en un amplio sentido), tratada desde puntos de vista sesgados, arriesgados y originales: se le encarga, exprofeso, a varios autores alejados del género sendas obras, sendas aproximaciones que, obviamente, resultan variopintas e irregulares, pero apreciables y oxigenadoras cuando menos. Tres son las referencias hasta el momento de la subsidiaria rebelde way: el giallo metafísico El alma de la Plomada, de Baltasar Chico, con un prometedor punto de arranque pero un poco flojo en su resolución; la space opera gore La madre del potro, del showman y enfant terrible Walter Lugo (descacharrante el prólogo de Guillermo del Toro), una pequeña maravilla de humor negro y vísceras rojas. Pero es en su tercera referencia, la que nos ocupa, con la que obtienen su primera obra realmente notable: no se trata ya de una revisión irónica de un subgénero, ni de un fruto coyuntural; es una obra que se autosustenta sin dificultad, que respira por si misma y mira a los ojos del lector sin pestañear.

J. Popcorn, el protagonista de esta novelita, se despierta tras un sueño de dos días y medio, fruto de una sobredosis de Mandrax, en una pensión de Graciosa Beach, Baja California. Leyendo los titulares del periódico local, dos noticias llaman poderosamente su atención: ese día (6 de octubre de 1966) se prohíbe el consumo de LSD en los Estados Unidos, mientras un asesino en serie está sembrando el pánico en la zona: han aparecido los cadáveres de cinco mujeres desangradas. La sexta se la encuentra J. maniatada y destripada en la bañera. Pero eso no es lo más aterrador que J. descubre en el aseo: mirándose al espejo descubre horrorizado que, de alguna forma, alguien le ha arrancado la cara.

Se inicia así un viaje desenfrenado e impredecible hacia el corazón de la noche, en el que seguimos al pobre(?) J. en la búsqueda de su rostro perdido, en la que se cruza con policías fronterizos corruptos, vampiros adictos a la “comida rápida” (literalmente), asesinos en serie con un mongólico sentido del humor, telepredicadores traficantes de L.S.D., rock stars venidas a menos y dependientas de Seven Eleven con más trastienda de lo que aparentan. El reverso oscuro y esquizoide del After Hours de Scorsese, o un Like a Velvet Globe Cast in Iron menos surreal, menos lynchiano. La mejor definición la esgrime Gregorio Salas en el prólogo: “Negro como el carbón del infierno”.

Si todo comienza como una serie-B asumible, previsible en su perfecto dominio y manejo de los códigos genéricos, pronto la criatura muta hacia derroteros vírgenes, haciéndose un hueco en nuestras entrañas como un bisturí mellado y oxidado. Dañino y jodido. Cosa seria, amigos.

El estilo de Pons se ajusta como un traje de látex al cuerpo de la historia; vivisecciona cada secuencia con párrafos breves y letales como ráfagas de Uzi. Con una ajustada adjetivación, con una tercera persona en presente perpetuo, narra a base de polaroids más que en rimbombante cinemaescope. Increíble que este señor no se dedique al horror literario, porque esta referencia no tiene nada que envidiar a cualquier obra que pueda recordar de Ramsey Campbell, Clive Barker o Gramham Troy. Lo más espeluznante que me he llevado a la cama desde el Zombie de Joyce Carol Oates.



jueves, 16 de octubre de 2008

Again de Walter J. Esher

Esher era la oveja más negra de ese rebaño de ovejas negras que es la revista satírica American Rampage!, del gran Hume Marshall (desde hace unos años sólo editor honorífico, tras la venta del mensual al gigante GPH Press). Hombre de la casa antes de ser siquiera hombre, Esher comenzó como chico de los recados de Rampage con 14 primaveras, pero pronto le dejaron encargarse de contestar el correo de los lectores allá por los lejanos años 80, bajo el pseudónimo de Fox Foxley: contestaciones descacharrantes que bien merecerían una recopilación con las ilustraciones del propio Esher que iluminaban los correos originales. Demostrando que no hay oportunidades pequeñas, sino talentos pequeños, Esher transformó una página anodina y de puro trámite en una de las favoritas de los lectores. Marshall, que no tiene un pelo de tonto, comenzó a encargarle reportajes y relatos, y Esher no desperdició este nuevo reto, desplegando un alubión de ideas descabelladas, pseudónimos recurrentes y ocurrencias delirantes, convirtiéndose en uno de los puntales de la publicación hasta su prematura muerte en 2004 (en accidente de coche, con sólo 40 años). Una verdadera lástima, ya que su arte narrativo apenas estaba empezando a despuntar, inmerso en una continua evolución que nunca sabremos a dónde podría haberle llevado.
El precioso volumen que nos ocupa recopila sus tres textos mayores (en extensión, en calidad siempre fue muy homogéneo), a medio camino entre la novela corta y el relato largo, entre las 46 páginas del texto titular y las 67 de Killer Sand, el único no inédito (prepublicado por capítulos en Rampage). De forma breve diremos que Gauguin trata sobre un tipo que, bajo hipnosis, descubre que fue Paul Gauguin en una vida anterior, y a partir de ese momento se dedica a dar conferencias sobre el mítico pintor y a asistir como invitado a infectos programas de televisión a los que le invitan sólo para reírse de él. Hasta que sucede algo que dejará a todos con pocas ganas de seguir cachondeándose. Ciniquísima crítica a los mass media, a ese ente llamado “mundo del arte” y, de paso, a la cocina francesa, que se lee del tirón y que satisface las papilas gustativas de todo lector masoquista; a saber: deja un regusto amargo pero con ganas de repetir. En un estilo un poco atropellado, como si Esher quisiera plasmar el mayor número de ideas en el menor tiempo posible, da la sensación de apunte elaborado más que de obra terminada.
Mejor todavía es Killer Sand: una ex-agente del mossad aparece muerta en su cocina en extrañas circunstancias. No me pregunten cómo, pero el arma del delito son nanorobots asesinos ocultos entre la arena del gato. Cuando la información transciende a los medios cunde el pánico general, lo que da pie a Esher a pintar un fresco histórico, de protagonismo colectivo, en el que no queda títere con cabeza: desde el Ministerio de Defensa hasta los servicios de mensajería, desde el Arzobispo de Nueva Inglaterra hasta el Sindicato de Veterinarios de América. Escrito con un estilo barroco, detallista y afilado, supone una de las más preclaras visiones sobre la paranoia Norteamérica de finales del XX junto a, quizás, Ruido de fondo de Don DeLillo.
Pero la joya de la corono es, sin duda, Again, una road movie mental, tristemente premonitoria: Arthur atropella a un anciano, dejándolo en coma. En el hospital donde el anciano es internado, conoce al hijo de éste, Giles, del que se enamora perdidamente. Arthur, que nunca se había sentido atraído por un hombre, tiene que replantearse toda su vida (está casado y tiene una hija) y repasar todos sus recuerdos en busca de alguna señal, de algún indicio. Esta pequeña obra maestra, desgarradora y humorística al mismo tiempo, deja sin aliento desde el primer párrafo, te atrapa en un texto continuo y sin pausa, sin vuelta atrás, como el hilo de pensamiento del protagonista. A parte de terminar con uno de los finales más redondos, más escalofriantes, más hondos que un servidor recuerda. Extraordinario.
La edición de Next Island Publishing es, además de una obra de arte en sí misma, la única oportunidad de hacerse con un fragmento más o menos perenne de la obra de este gran desconocido que es Walter J. Esher. El prólogo de Chloe Hooper, iluminador; el epílogo de Hume Marshall, desgarrador. Si su inglés es aceptable, no lo dude, pues difícilmente se traducirá al español. Un consejo de amigo.

domingo, 31 de agosto de 2008

Philias de Gerald Porter

El norteamericano Gerald Porter (Frankfort, Kentucky, 1968) ya nos había sorprendido y cautivado a unos cuantos con algunas de sus obras anteriores, como Arlington’s Monks o King Mob en el país de los socuellaminos (publicado en castellano por Cynara), que le habían valido calificativos como el de “Jonathan Swift del extrarradio” o “Joel Brewell ahogado en ponche”. Pero con esta su quinta obra (si no llevamos mal la cuenta, contando la recopilación de relatos Grettings from the Hills), Porter deja atrás todo referente más o menos obvio, y nos entrega su obra más completa, madura y ambiciosa: ni más ni menos que 1200 páginas en las que disecciona veinte años de un barrio de la ciudad californiana de Los Gatos (desde que Ronald Reagan es elegido gobernador de California en 1966, hasta que es reelegido presidente en el orwelliano 1984). En este extraordinario, complejo, detallado hasta la extenuación fresco, se dan cita pederastas orgullosos, empleados de correos que oyen a través de las manos, adictos al sexo organizado, carreras clandestinas de triciclos, cerrajeros ludópatas, skaters preadolescentes filonazis, locutores deportivos con incontinencia, astrónomos aficionados y un largo etcétera de personajes que se entrecruzan en sus quehaceres diarios formando un entramado casi vegetal. Con un estilo sencillo e impresionista, alejado de los fuegos artificiales y de los despliegues gramaticales innecesarios, Porter cala hondo en el lector (o al menos en este lector), con esta historia en cinemascope y technicolor que desarma desde el primer párrafo. De un virtuosismo y una generosidad densos como la niebla, la obra de Porter bebe del melodrama clásico, que viola suave y delicadamente, rompiendo todas las reglas con una elegancia y una gracia como para quitarse el sombrero. De los hippies a los yuppies en un plano secuencia de mil páginas, este ladrillo supone un imprevisible manual de las contradicciones de la mente humana y de su lucha contra el cuerpo, y es desde el momento de su publicación una de las grandes novelas americanas de los últimos años.
Valiente y arriesgada la edición en formato lujoso de la editorial vallisoletana Cynara, que apuesta fuerte por la obra de Porter y nos ofrece esta nueva referencia con un precio más que ajustado para los tiempos que corren.

domingo, 20 de julio de 2008

Infinity de James Fricton

Charles Foster se está muriendo. Tiene un cáncer de páncreas terminal, y las previsiones más optimistas le conceden un mes de vida. Toda la familia y amigos se muestran consternados, y le hacen visitas para hacerle partícipe de su pesar y para que no se sienta solo en este amargo tramo final, a pesar de que es lo que Charles más desea: la soledad. Uno tras otro, sus conocidos desfilan ante él y le confiesan sus mayores pecados, sus mayores aflicciones y pesares, aquello que les reconcome por dentro y que necesitan expresar en voz alta. Él les sirve de perfecto testigo, pues pronto morirá llevándose con él sus secretos al más allá. Un día llega su viejo amigo de universidad Kenneth Longleigh, que le confiesa que hace años asesinó a su primera esposa por celos, haciéndolo pasar por un atraco con complicaciones. Ahora ha averiguado quien era el amante de su esposa y también planea matarlo. Charles no sabe que puede hacer para evitarlo, convaleciente como está en cama, sin fuerzas, atado a una máquina que lo mantiene estable. Pero debe de hacer algo para salvar a ese individuo que él sabe inocente, pues el propio Charles fue el amante de la esposa de Kenneth. Charles urde un plan para evitar el asesinato, y de paso vengar la muerte de su antigua amante, en una cuenta atrás sin freno hacia el infinito de la muerte. El plan, que dejará a más de un lector con la boca abierta y el culo apretado, es una obra maestra de lo macabro, del humor negro y de la vuelta de tuerca inesperada, que deja toda la obra de Hitchcock en una mera travesura infantil.
James Fricton, guionista de la BBC (co-creador de la delirante y de culto Poison Bros.), afianza su carrera literaria con esta su tercera novela, en la que retoma al protagonista de la segunda (Pararells), y la socarronería y mala uva de la primera (Eight o’clock), para crear su obra maestra hasta el momento. En una tercera persona cercana y cómplice, Fricton narra con ritmo pausado pero firme el vertiginoso viaje final de su (memorable) protagonista, en una alegoría sobre la vida, cargada, a partes iguales, de rencor y nostalgia y, por qué no decirlo, de una extraña y atípica sabiduría. A modo de antimanual de autoayuda, o manual de antiayuda, esta breve pero enjundiosa novela de Fricton, se mantiene a una distancia prudencial de toda ideología, religión o filosofía conocidas, se mea en el ponche del punk del que bebían sus anteriores narraciones, y surge, en su tramo final, como lúcido e inesperado valuarte de la imaginación y del rigor. Fricton sabe, como Longfellow, que los dioses están en todas partes, y que nada mejor que el trabajo bien hecho para rendirles culto. A atesorar.

martes, 1 de julio de 2008

Hotel Europa de Norman Kay

Kay, brillante estudiante en Stanford, donde se gradúa cum laude en 1961 en Literatura Comparada, se une a la comuna La Compañía de Calíope, afín al escritor y gurú psicodélico Ken Kesey, formando parte brevemente de sus Alegres Bromistas y de sus experimentos con el LSD. Fruto de esa época tan idiosincrática nace este breve texto, conjunto de relatos unidos por un mismo protagonista, funcionando casi como una novela disfuncional (valga la paradoja). Partiendo de su maestro Kesey, sobre todo de su obra Sometimes A Great Notion, del Burroughs menos críptico y, principalmente, de la obra Seis problemas para don Isidro Parodi, de sus admirados Borges y Bioy Casares, de la que toma la estructura formal y la pátina desmitificadora, Kay trama esta serie de relatos policíacos de extensión dispar y regocijo común.
El detective Shaum T. Lowell vive encerrado en el Hotel Europa ya que, por circunstancias que sería imprudente explicar aquí, su exocerebro se ha convertido en una de las habitaciones de dicho hotel, concretamente la 216. Viviendo entre su cerebro-habitación y la barra del bar del hotel, Lowell se encuentra con individuos que, en la mayoría de los casos, necesitan de su ayuda profesional sin ellos mismos saberlo. A cambio de una mínima remuneración (la justa para poder seguir viviendo en el hotel), Lowell resolverá todos los casos que se le presenten sin abandonar su posición acodada en la barra del bar. Siguiendo un método intuitivo y sistemático (ocho preguntas que, en principio, no parecen tener relación directa con el caso, y que además siempre son las mismas salvo la última), Lowell llega a la verdad oculta tras las turbias apariencias, dejando en evidencia al desprevenido cliente.
Compuesta por ocho capítulos/casos de distintas extensiones (Bromuro azul apenas tiene tres páginas, mientras que El abrigo ruso ocupa casi la mitad de las 140 páginas del volumen), funciona como Caballo de Troya de humor e inteligencia dentro de la mojigatería y tontería reinante en la época. Mucho más crítico con “los suyos” y con el rollito imperante, narrada con un estilo barroquizante y culto, la obra supera con sobresaliente la prueba del paso del tiempo, y vive más allá de su época y de sus circunstancias, convirtiéndose en una lectura atemporal e indispensable, no ya para conocer el lado oscuro de la Era de Acuario, sino para entender las contradicciones de la segunda mitad del siglo XX, que no fueron pocas. Cuarenta años después de su edición original, por fin disponemos de una excelente traducción al castellano. Ya no tienen excusa para obviar esta pequeña obra maestra del humor negro.

sábado, 31 de mayo de 2008

Luna Azul de Paul Jansen

Desmond Bauher III es el joven heredero de January Inc., una oscura multinacional con ramificaciones por todo el mundo y en todos los ámbitos imaginables. Agotado de la vida planificada y la enseñanza estricta y cuadriculada a la que le somete su despótico padre, Desmond decide escaparse del internado británico en el que está recluido e infiltrarse como polizón en un carguero con dirección a Shangai. Lo que Desmond no sabe es que el carguero forma parte de la flota de la empresa familiar, y que su huída no sólo es conocida y seguida al detalle por su padre, sino que está siendo teledirigida por éste. Tras un largo y extenuante viaje, a su llegada a Shangai, Desmond se cree libre al fin, sin sospechar que está siguiendo al dedillo el plan paterno, un plan en el que se jugará la vida por intereses comerciales y que supondrá un punto de no retorno en su vida y en su relación con su padre... en el caso de que ambos sobrevivan.
Paul Jansen es conocido por sus sagas juveniles (Persiguiendo a los Foster, con 6 volúmenes, o Intercambio Temporal, con 4), epopeyas joviales y entretenidas que van más allá de su público natural adolescente y llaman la atención y enganchan a más de un adulto con ganas de fiesta (como un servidor). Dotado de una capacidad narrativa insultante para el común de los mortales, sus historias están empapadas de electrizantes desarrollos sin puntos flacos evidentes, personajes que esquivan la aburrida realidad en la medida de sus posibilidades, y finales complejos y redondos que dan una mayor dimensión a lo anteriormente narrado. Sin duda uno de los escritores más excitantes del momento. Si usted es más de películas, échele un vistazo si tiene oportunidad a Lily Nurse, su particularísima puesta de largo como guionista: bajo la apariencia de una serie B de videoclub se esconde uno de los thrillers más impactantes y subversivos de los últimos años... sin abandonar los códigos genéricos más arraigados.
La obra que nos ocupa es, nos tememos, una obra menor, un interludio entre sagas (Jansen admite que es el terreno dónde más cómodo se mueve... a ver si alguien se anima y le deja escribir una serie de televisión). Pero como obra menor no tiene desperdicio. Encontramos aquí, concentradas y depuradas, todas las virtudes de Jansen, y ninguno de sus puntos flacos (cierta autoindulgencia, un gusto por el más difícil todavía, una ligera flaccidez dramática...). Con un ritmo continuo y de gran pegada, como un martillo pilón, Jansen, como buen piloto, nos lleva por donde quiere y nos hace reaccionar como él quiere. Atados a esta montaña rusa uno sólo quiere llegar al final, para volver a subirse. Una gozada.

viernes, 30 de mayo de 2008

Gafapasta de Samuel Guijarro

Este pequeño y manejable libro funciona como coqueto manual de supervivencia contra toda la tontería que nos invade de un tiempo a esta parte, y como placer culpable fácil de ocultar. Los K. son un grupo de rebelión subterránea formado por una serie de individuos, la mayoría con estudios superiores pero integrantes del sector servicios a la espera del trabajo de sus vidas. Aunque no se conocen personalmente, sólo a través de la red, forman un grupo unido y activo. Su principal cometido es la realización de acciones entre el dadaísmo y la pura gamberrada, que graban y cuelgan en internet: cambian el contenido de los botes de Cola-Cao por los de Nestquick en los supermercados, graban conversaciones privadas y las introducen en medio de tarrinas de CD’s vírgenes, dejan mensajes desconcertantes en contestadores automáticos, sueltan jaurías de perros callejeros en centros comerciales... Hasta que un día deciden dar un paso más: uno de los grupúsculos más radicales empuja al resto para que se conviertan en un grupo terrorista y así acabar con la vida de todos los famosillos, cantamañanas, pintamonas y demás parásitos mediáticos. Unos cuantos K.’s se juntan en una apartada casa de campo, descubriendo con terror que todos son unos gafapastas hechos con plantilla. Tras la sorpresa inicial, redactan un manifiesto que es recibido por los medios como un chascarrillo de pequeñoburgueses aburridos, hasta que empiezan a morir personajes de la vida pública en extrañas (e hilarantes) circunstancias. Se crea un estado de alarma entre el faranduleo, que se ocultan de la vida pública como buenamente pueden. En el momento de mayor tensión social, a un grupo de elite K. se le encarga el asesinato de la mayor estrella del momento, el actor de moda, que hace pinitos como Dj y modelo, y que posee su propia línea de ropa casual y su perfume... y que tiene más relación con el grupo terrorista de los que ellos creen en un principio: Moby K. Dick.
Con esta su primera novela-manifiesto, el santanderino Samuel Guijarro nos ofrece una lectura fresca y ágil, tremendamente divertida sin olvidar, como habrá quedado claro, la crítica social más vitriólica. Ocultos bajo pseudónimos, aparecen por esta novela figuras reconocidas, actitudes no menos conocidas, y momentos epatantes como si de un listado pormenorizado de barrabasadas se tratase. Articulado en capítulos breves, dispares, heterogéneos, Guijarro va conformando una bola de nieve que no parece detenerse hasta el capítulo final: una bacanal con redoble de tambor y platillos que sorprenderá al lector más sagaz, un no va más en cuanto a atrevimiento y, por si fuera poco, uno de los mejores chistes de la temporada. Guijarro, un gafapasta confeso aunque herético, se juega los cuartos con esta autoedición (Guijarro Ediciones) que, advierte, se le está agotando. No esperes a que ocurra, malandrín.


miércoles, 21 de mayo de 2008

Road Story de Wilfred Jones

Paul Berkowitsch es un joven norteamericano de familia acomodada que decide pasar su último verano antes de la universidad viajando por Europa con su amigo Neil. A última hora Neil discute con su novia a causa del viaje y termina por quedarse. Paul, entonces, toma la decisión de seguir adelante, él solo, en contra de los consejos de todos. Su madre viuda, Rebecca, le pide que le llame todos los días, y así lo hace éste durante las dos primeras semanas. Pero de pronto, un día, dejan de llegar las llamadas. Rebecca trata de no alarmarse y decide esperar un par de días a que su hijo vuelva a comunicarse con ella, pero sigue sin dar señales de vida. Contacta con la embajada norteamericana en Grecia, último país desde el que llamó Paul, pero no le sirven de gran ayuda, así que Rebecca decide viajar a Europa y seguir los pasos de Paul hasta dar con él. Visita las mismas ciudades que su hijo, se hospeda en los mismos hoteles, visita los mismos monumentos... trata de hacer exactamente los mismo que su hijo le decía por teléfono que estaba haciendo. Pero no logra dar con su rastro. Nadie se acuerda de él, nadie parece haberlo visto. Esto le hace replantearse a Rebecca la relación con su hijo, la sinceridad entre ambos y la propia realidad, mientras se ve inmersa en una persecución angustiosa y estéril.
Wilfred Jones logra su primera obra sobresaliente tras un par de novelas interesantes (Lime Trees Hotel, ambientados en los disturbios de L.A. en 1992, y Falcon Beach, una epopeya tragicómica sobre un boer capitoste de la industria de los diamantes en Sudáfrica). Siempre le ha interesado a Jones mezclar en sus obras la vertiente social y la íntima, con resultados que hasta ahora se decantaban más por la primera. Eran novelas con cierto tufo aleccionador, pelin demagógicas pero claramente bienintencionadas. En esta su tercera obra se deja de mojigaterías y construye una historia adictiva como la nicotina, alejada de cualquier tipo de moralismo, concisa como un telegrama. Jones desnuda la trama, elimina todo elemento superfluo, dejando un esqueleto seco y descarnado, blanqueado por el sol inmisericorde de las islas mediterráneas. Contagiados de la angustia de la protagonista, sólo podemos seguir sus pasos, que a su vez siguen los de un fantasma, los de un recuerdo que parece desvanecerse a cada segundo, alejándose de toda realidad. Una lectura reveladora en su sinceridad, lúcida y terrorífica hasta donde la vida puede serlo.

lunes, 12 de mayo de 2008

Crepúsculo de Lloyd Kessner

El 17 de Diciembre de 1903 dos hermanos constructores de bicicletas, Wilbur y Orbille Wright, se dirigen hacia Kitty Hawk para probar su nuevo invento: el “Flyer I”, un aeroplano de su invención. Pero un desgraciado accidente al precipitarse por un barranco que concluye con la muerte de Orbille, impide que puedan perfeccionarlo. Esto causa que mejoras que habían ideado, como el túnel aerodinámico para probar sus maquetas o el sistema de dirección mediante “alerones”, caigan en el olvido, congelando unos años la historia de la aviación. Comienza así la edad de oro de los grandes dirigibles. Con la I Guerra Mundial en ciernes y viendo el potencial que representa la guerra en el aire, las principales potencias mundiales invierten todos sus recursos en los zeppelines, invento relativamente reciente pero mucho más seguro, a priori, que los primitivos aeroplanos, todavía demasiado inestables y frágiles. Los cielos se cubren, entonces, de enormes leviatanes volantes armados hasta los dientes, auténticos destructores del aire.
La guerra ruso-japonesa de 1904-1905, que concluye con la derrota de la Flota Naval del Pacífico en la batalla de Tsushima, la mayor batalla naval desde Trafalgar, sumado a la destrucción de la flota del Báltico y la creciente crisis económica, son la antesala de una inminente revolución en el seno del régimen soviético. El motín de los marineros del Potemkin y el incidente de Odessa dan comienzo a la Revolución de 1905. El 28 de Junio de 1914 estalla la Gran Guerra. Unos meses más tarde, tratando de aprovecharse de las secuelas que la revolución dejó a los rusos, Alemania, principal potencia aérea debido a su liderazgo en la fabricación de zeppelines, desplaza varios destructores y fragatas aéreas a la frontera rusa, capitaneados por la nave insignia “Biskmarck II”. Los rusos a duras penas contienen el avance alemán. La batalla de Varsovia será recordada como el Trafalgar del Aire; aunque la victoria fue para Rusia, numerosas naves de su flota aérea fueron destruidas, dejando a las fuerzas rusas considerablemente mermadas. Tiempo después y debido a la participación de Rusia en la Guerra, la inquietud de los ciudadanos rusos, y las ideas del revolucionario Lenin comienzan a hacer mella en la moral del pueblo, ansioso por acabar con el régimen zarista. Los rusos necesitan una victoria a toda costa, para subir la moral de sus ciudadanos y acallar los rumores de una nueva revolución. El almirante Alexei Stukov, oficial al mando del “Imperator Nikolai”, un destructor aéreo de la armada, y al mando de la flota aérea rusa, recibe órdenes de investigar una extraña factoría alemana detectada por uno de los dirigibles de observación de la armada del Zar. Corre el rumor de que los alemanes están a punto de comenzar la fabricación de una nueva arma que puede inclinar la balanza de la guerra definitivamente, un arma capaz de dejar obsoletas a todas las aeronaves de la flota mundial…
El británico Lloyd Kessner alcanza su madurez literaria con este voluminoso y denso tomo, una apasionante y detallada distopía que engarza detalles reales y ficticios con precisión de relojero. La osadía ya le ha valido un par de nominaciones de peso (a los premios Dexter y a los Lonston University), y unas ventas más que decentes en el mundo civilizado. Algunos han llegado a señalar que se trata de la mejor distopía desde El hombre en el castillo de Philip K. Dick, y aunque eso ya me parecen palabras mayores, no seré yo el que le reste valía a esta obra. Mezclando géneros tan dispares como la novela de espionaje, la literatura de difusión científica, la crónica periodística o el relato histórico, Kessner va tramando un mosaico complejo pero nada árido, siempre primando la fluidez narrativa por encima del exhibicionismo virtuosista. En resumidas cuentas, una obra de una calidad literaria muy por encima de la media, reveladora a la par que entretenida. No sé ustedes, pero yo no sé que más pedirle a 680 páginas.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Tormenta de Verano de Stewart Beagle

La narración de Beagle habla de una infancia que se desliza con vuelo rasante bajo el gris cielo norteño; habla de hacer música rasgando briznas de hierba, de cazar moscas en vuelo, del vértigo del océano desde el desfiladero. Con el ritmo pausado de los días interminables, Brian, el joven protagonista, comparte las últimas semanas con su madre enferma, lee con ella viejas novelas sin dejar de mirar su rostro, buscando un resquicio por donde pueda escapar como de una crisálida. Pequeñas epopeyas (buscar una bombona, poner en hora un reloj que se resiste) apuntalan su soledad. Una tormenta tozuda, que vuelve día tras día a la misma hora, sirve para que la madre le transmita al hijo todo lo que ella sabe, aunque lo único que Brian necesita es que ella le prometa lo imposible: que nunca lo dejará solo.
Dolorosa lectura, extraño bestseller en su Gran Bretaña natal. La edición de Metrónomo trae una pegatina capciosa: de los 150.000 ejemplares vendidos, unos cien mil se han despachado en la isla. Esto no es óbice para que aquí pase lo mismo, y se convierta en un éxito soterrado (por ahora ya es la referencia más vendida de la editorial), ya que su calidad es incuestionable, y su capacidad de erosión poderosa. Es la clase de artefacto que te hace replantearte pequeñas cuestiones que de pronto se convierten en vitales. Tras un par de novelas fallidas, Beagle da en el clavo con este paisaje desolado, tierno pero nada complaciente, denso como el aire de agosto y misterioso como una tormenta de verano. Al final, cada línea, cada palabra, cada instante se alargan hasta el infinito, congelados en estas hermosas páginas. Supongo que es lo más cerca que se puede estar de vencer a la muerte.

lunes, 5 de mayo de 2008

Violent Violet de Takashi Minokame

En un futuro indeterminado, la isla japonesa de Hokaido se ha convertido en el centro mundial del vicio, en todas sus variantes y modalidades; una isla entera dedicada a satisfacer los más bajos instintos humanos, siempre que uno pueda permitirse el precio. La pequeña Isomi, apodada Violet por el color de su cabello, es vendida por sus padres a Mr. Asako, dueño de la principal red de prostitución. Desde niña es criada para ser una “prostituta mixta” en el burdel de Niamansa, unos de los más prestigiosos de la isla. A los 14 años, como a las demás futuras trabajadoras del sexo del local, se le realizan injertos artificiales; en su caso, sustituyen su vagina por una artificial, con un complejo vibrador incorporado y un sensor olfativo que le permite distinguir todo tipo de hormonas y anticiparse así a las reacciones de los clientes. Al poco se convierte en la favorita de Mr. Asako, al ser la única capaz de hacerle llegar al orgasmo. El anciano proxeneta desea retirarse a su aldea natal para construir un pequeño club de baile, pero no sabe en manos de quien dejar su rentable negocio, pues uno de sus hijos es un psicópata homicida “involuntario”, y el otro, Shiuke, sufre de encefalitis con episodios de alucinaciones. En el complejo mundo que Shiuke crea en ellas, aparece de forma recurrente una mujer de cabello violeta que decide vengarse de todos los que han destrozado su vida, empezando por sus padres y terminando por Mr. Asako y sus descendientes. Para ello sólo cuenta con una prodigiosa vagina que exuda ácido nítrico, y mucha, mucha mala leche. Shiuke comenzará a tener problemas para distinguir sus alucinaciones de la realidad cuando ésta comienza a parecerse sospechosa, y peligrosamente, a sus sueños.
Primera parte del paranoico díptico que conforma la última obra del japonés Takashi Minokame, que lleva al paroxismo sus señas de identidad: situaciones delirantes y episodios extremos. Como un Takashi Miike o un Suehiro Maruo de la pluma, Minokame gusta de recrearse en la cualidad estética de violencia, creando escenas de una belleza heladora, que parecen suceder a una cámara lenta que nos permite detenernos hasta en el más mínimo detalle. Dueño de una prosa esquizofrénica, que bascula entre las descripciones exhaustivas y fragmentos casi episódicos, como apuntes de una épica sólo esbozada, las obras de Minokame juegan al despiste. Nada es lo que parece, empezando por la propia obra, que en argumento y forma se acerca a la sexplotation, pero sólo para pervertirla. Como un Caballo de Troya, esta novelita se hace un hueco en tu lívido para destrozarla desde dentro, con ensañamiento. Por encima de todo, el tema habitual en toda la obra de Minokame: la dialéctica entre la realidad y la ficción. Desconcertante e intenso.

martes, 29 de abril de 2008

Lenguas Muertas de Saul Baxter

Tom Skinner es un filólogo e intérprete en paro. Su vida se ha ido por el retrete desde el llamado “Día del milagro”. Odia ese día y todo lo que representa, casi tanto como haber tenido la vocación equivocada; como todos los filólogos, lingüistas, traductores, actores de doblaje e intérpretes del mundo. El 14 de Abril de 2002 será recordado por la humanidad como el día en que absolutamente todas las lenguas se murieron. Sin saber muy bien cómo ni por qué, desde ese día toda la humanidad se entiende sin necesidad de intérpretes ni traductores; todas las lenguas habladas y escritas funcionan como un único idioma. Todos los libros, da igual el idioma en que hayan sido escritos, son comprensibles para toda la humanidad. Y todos los idiomas, carteles, folletos, menús de restaurantes, canciones... absolutamente todos los medios de comunicación son, de pronto, comprensibles sin necesidad de traducción.
Tras el desconcierto inicial a nivel mundial, llega un período de paz y prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad. Por primera vez, todas las personas y naciones se entienden y pueden dialogar de tú a tú, de igual a igual. Pasados los primeros años a nadie le preocupa ya quién o qué ha obrado el milagro. Lo verdaderamente importante es que ha sucedido. A nadie le importa, salvo a Tom Skinner, pues su vida se ha convertido en una mierda y está dispuesto a llegar al fondo de todo este extraño asunto.

La obra más reciente del gran Saul Baxter es la perfecta elección de la editorial Gato Negro para continuar con su colección centrada en la ciencia ficción, impecable hasta el momento. Tichyólogo de pro, Baxter siempre se ha caracterizado por un estilo mordaz e irónico, pero dotado de una sutileza que lo eleva por encima de la mera sátira. Formalmente inconfundible, resultado de la unión de una retórica compleja y un argumento sencillo, es difícil de trasladar a otro medio sin que se pierda lo esencial en el cambio. Debido a ello ninguna de sus anteriores y exitosas novelas han sido adaptadas al cine, a pesar de que hay noticias de estudios que acarician la idea desde hace años (el caso de Ojos de titanio ya es paradigmático). Formado en el relato breve más hard (háganse con un ejemplar de Robot Affaires y sabrán lo que es bueno), donde se convirtió en uno de los maestros contemporáneos, no sufrió en su paso a la narración larga, más bien todo lo contrario: dotado de un pulso narrativo que parece un martillo pilón, en sus seis novelas te sujeta de la solapa desde la primera sílaba y no te suelta hasta la última, dejándote sin resuello pero con ganas de más. Ganando en madurez con cada obra, pero también en carga vitriólica y mala leche, su lectura parece un purgante mezclado con guindilla: escuece y limpia. De lectura obligada para este trimestre.


lunes, 28 de abril de 2008

El misterioso crimen de National Street de George Eyle

George Eyle (de nombre completo lord Alexander George Harrogate Eyle), cuarto hijo de los Duques de Windleham, vivió de rentas toda su vida y se dedicó a lo que siempre le apeteció: beber, leer y escribir, por ese orden. Otra de sus grandes pasiones era la criminología: gran lector de relatos de misterio, amigo personal de Arthur Conan Doyle, entra por mediación suya en Nuestra sociedad, grupúsculo que pasó a la historia con el sugerente nombre de el Club de los Crímenes. Fundado en 1904 por doce selectos miembros, se reunían tres o cuatro veces al año en cenas informales donde, tras la comida, disertaban sobre crímenes históricos o contemporáneos y luego debatían sobre los mismos. Entre sus privilegiados socios se contaban hombres de leyes, literatos, artistas o nobles, como John Churton Collins, William Le Queux, Arthur Diosy, Henry Brodibb Irving, Fletcher Robinson o el propio Conan Doyle. Lo único que les unía era un amor por el estudio de la criminología y cierta cantidad de tiempo libre. George Eyle entra en el Club en 1911, antes de que comenzara a masificarse y se desvirtuara su finalidad original (de hecho el club sigue hoy en activo, con más de cien miembros).
Eyle, erudito y humorista, publica con regularidad viñetas y breves textos sarcásticos en el Pearson’s Weekly, más por placer que por necesidad económica. Con la misma intención humorística y desmitificadora acomete éste, su único texto largo. Parte de un asesinato real acontecido en Birmingham en 1909, que se trató y debatió largamente en las reuniones de el Club de los Crímenes y que nunca llegó a resolverse de forma oficial. El mismo asesinato dio lugar a otro texto, más riguroso y convencional, que Francis T. Greathorn publicó por entregas en The Strand. El interés de George Eyle no es, como el de Greathorn, describir pormenorizadamente los acontecimientos en clave periodística, ni aventurar una hipótesis sobre lo que ocurrió realmente. Eyle aprovecha como excusa este crimen real para plasmar, veladamente, su particular estilo de vida. Los protagonistas de esta obra son dos vividores, dos rentistas con demasiado tiempo libre que se reúnen cada día en su club de fumadores para debatir sobre los más peregrinos temas con una copa de brandy en la mano. Leen en el periódico la noticia de la misteriosa muerte de Samuel Renton, un viajante de instrumental quirúrgico norteamericano, que vive instalado desde hace meses en una pensión de National Street. Lo que al principio parece un suicidio pronto se descubre que es un “asesinato a puerta cerrada”, muy en boga en la literatura de la época. Bender y Curson, los dos protagonistas, inician una investigación paralela a la oficial, siempre a través de las noticias de lo periódicos y de las suposiciones que llegan a elucubrar sin moverse de sus cómodos butacones del club. La conclusión a la que llegan es del todo delirante, sobre todo por lo plausible y coherente con la información oficial. Después de su “descubrimiento”, ambos protagonistas continúan con sus “hallazgos de mentes ociosas”, sin dar a conocer a nadie su teoría. Como a Eyle, a ellos tampoco les interesa la realidad, sólo la verdad.
Crítica mordaz y sangrante a sus compañeros de club, que recibieron su publicación con la esperada frialdad, tuvo cierto éxito en la época, llegando a escenificarse una versión teatral adaptada por Malcom Kendrick. No comprendieron sus coetáneos que la mayor crítica del libro la vierte Eyle sobre sí mismo, asumiendo que vivía una existencia inútil y absurda que pronto llegaría a su fin. Efectivamente, Eyle murió en 1914, a los 36 años de edad, por complicaciones cardiovasculares. Por puro desgaste.
El libro ha sido reeditado con regularidad en lengua inglesa; pero no es hasta hoy, casi cien años después de su publicación original, que alguien se digna (y se arriesga) a publicarlo en lengua cervantina. Los onuvenses Malrayo se juegan los cuartos con una edición exquisita y lujosa que merece toda la suerte del mundo. A comprar.

sábado, 26 de abril de 2008

El libro verde de los Tamos de J.A.C

Tras estas misteriosas iniciales se esconde uno de los máximos responsables de la Editorial Umbra. Tampoco vamos a dar más datos para no romper el misterio que el tipo se ha creado. Sólo decir que no publica en Umbra sólo por ser uno de los editores (que también), sino porque éste su primer libro es una maravilla, un derroche de imaginación y fantasía como un servidor no leía desde hacía mucho tiempo. El argumento, si existe, poco importa: Toni, un niño tirando a fantasioso decide un buen día esconderse debajo de la cama y no salir de allí hasta que lo encuentren sus padres. El tiempo va pasando y la vista de Toni se va acostumbrando a la penumbra, descubriendo entre las pelusas de polvo una pequeña ciudad habitada por los Tamos. Allí conoce a la hermosa princesa Trescatorce, de la que se enamora perdidamente, y también traba amistad con dos Tamos, Tejeteje y Gondolino, que le cuentan la historia de su civilización (hilarante), y su eterna guerra contra los malvados Bú, un pueblo que intenta hacerse con el poder de debajo de todos los muebles de la casa. En realidad, la cama de Toni es el último reducto Tamo, y éste les echará una mano en la decisiva batalla final contra los Bú, capitaneados por una pareja antológica: Dondón y Driquimón.
Este libro, un juego más que una novela, funciona como defensa contra el hastío y el aburrimiento al que parece relegarse la vida adulta. Pero por encima de todo, es una bella y soterrada historia de amor. No es, ni mucho menos, un libro infantil; todo lo contrario: sólo lo disfrutarán a todos los niveles los que ya han dejado de ser niños. Con una estructura de cajas chinas, este hermoso artefacto combina, metódica y laboriosamente, todos los modos de comunicación impresos posibles (escritura, ilustración, mapas, cómic...), engarzados de forma magistral. Extraño ejemplo de obra redonda, donde no parece sobrar ni faltar nada, con un estilo engañosamente ligero, esta obra te hará enamorarte de todos y cada uno de los personajes, dejándote con una sensación de desamparo tras la última página. ¡Los Bú no podrán con nosotros!

miércoles, 23 de abril de 2008

El Herbolario de Jacques Christin

El joven Pierre Delcort es un modesto aprendiz de fontanero que vive con su mujer embarazada en casa de sus suegros. Las expectativas en el trabajo son buenas, el feto crece sano, la relación con sus suegros es excelente; pero sin embargo, una noche, al terminar su jornada laboral, en vez de volver a casa como todos los días se va a un lujoso hotel, donde alquila una habitación por siete noches. Un desconocido con el que se cruza por el pasillo será el último en verlo, pues una vez entra en la habitación, Pierre desaparece de la faz de la tierra sin dejar rastro. El desconocido que se cruza en el pasillo lleva por nombre Jacques Christin, y se dedica, entre otros tejemanejes, a robar en hoteles. Tras una serie de circunstancias entrará en la habitación vacía de Pierre, y se hará pasar por él durante esos siete días en que la habitación está pagada, mientras la familia del primero lo busca desesperadamente con la ayuda de la policía. La habitación de Pierre-Jacques se va convirtiendo, poco a poco, en una prisión vegetal de la que ya no podrán salir sino como recuerdos. Pero, ¿alguien se acordará de ellos?
El belga Jacques Christin da un giro a su carrera narrativa (es poeta además de novelista) alejándose del realismo mundano en clave noir heredado de Georges Simenon para escribir su obra más personal e inclasificable hasta el momento. Por la editorial que lo publica en España uno podría aventurar que se trataría de una obra de género negro, más o menos ortodoxa. Y como tal comienza: las sesenta primeras páginas nos sumergen en una trama bipolar, con dos protagonistas que se van alternando hasta que uno de los dos desaparece y ambos se convierten en uno y el mismo. A medio camino entre Psicosis y Lost Highway de Lynch, el resto de la trama parece soñada más que vivida, sobrevolando un aire de irrealidad y extrañamiento que desconcierta y fascina a partes iguales. Tan frío que quema, el estilo de Christin se abre camino hasta las entrañas de los personajes como un cuchillo de carnicero, arrojando luz sobre rincones que suelen vivir a oscuras. No es, como entenderán, una lectura complaciente. Exige la máxima atención por parte del lector para encontrar las claves que se encuentran ocultas en los lugares más inesperados. La recompensa vale la pena.

Puntos de fuga de Benito Zárate

Blanca es una ama de casa a la que le diagnostican un cáncer óseo en la mandíbula. Tras una complicada operación para la extracción del tumor que la deja desfigurada, Blanca nota el rechazo tanto de su marido como de su hijo. Desde ese momento decide no volver a hablar, algo que no parece importar lo más mínimo ni al padre ni al hijo. Hasta que el día del cumpleaños de Blanca, ésta decide darles una sorpresa que no podrán olvidar, y que cambiará para siempre la relación familiar.
El periodista uruguayo Benito Zárate parte de un hecho real, la aparición de una mujer desfigurada y muda que es ingresada en un sanatorio de Montevideo, cuya identidad nunca se pudo llegar a averiguar, para elucubrar sobre su pasado. Ésta sólo es una de las posibilidades, como el autor recalca en la introducción, un rompecabezas que trama retroactivamente a partir de las pocas piezas de que dispone. El gusto por el detalle de Zárate hace de cada página una hermosa miniatura de delicadeza y sutilidad, con una prosa matizada que va mellando, por acumulación, la retina del lector. Con una estructura en forma de abanico, parte de un punto diminuto, de una imagen minúscula (Blanca mirándose un lunar en el espejo), para luego abrirse en múltiples perspectivas, en multitud de puntos de fuga que abarcan la inmensidad del planeta. De lo concreto a lo abstracto, de lo particular a lo general, este mágico volumen nos habla del poder de las palabras por encima de las imágenes; sobre todo de las palabras que se callan.
Impecable, como siempre, la edición de Umbra, que incluye un interesantísimo prólogo de J.A.C. (del que pronto tendremos noticias), a modo de diálogo con Zárate, donde ambos nos dejan entrever las interioridades de sus particulares mundos durante unos escasos pero enjundiosos segundos.

domingo, 20 de abril de 2008

Desconexión de Isidor Ruland

Gimi, un anciano viudo descubre una garrapata en la parte interna de su muslo, justo en el mismo lugar donde tuvo otra siendo un adolescente. Rememora lo que ocurrió en aquella ocasión, y como al contárselo a sus padres éstos deciden deshacerse de Rem, el perro de la familia. Gimi, sintiéndose culpable, les pide que le dejen encargarse personalmente del asunto, y pone anuncios por todo el vecindario. Sólo recibe una llamada interesándose por el perro, la de una anciana que vive al otro lado de la ciudad. Sin saber muy bien cómo pudo enterarse la anciana de que se regalaba un perro, Gimi va a su casa. Entonces no la reconoce, pero en el presente, al rememorarlo, comprende que esa anciana es su esposa ya fallecida, y que ambos están atrapados en una bucle temporal que se repite una y otra vez sin posibilidad de variación. ¿O quizás sí?
El escritor austriaco afincado en Gran Bretaña escribe su primera obra en inglés sin que se aprecie una merma en su capacidad de evocación. En esta breve novela, obra menor pero deliciosa, nos habla de las pequeñas heridas que no dejan de sangrar, de los recuerdos intrascendentes que se graban a fuego en nuestra memoria y, sobre todo, nos habla del poder curativo de la ficción. Es esta una obra, como todas las de Ruland, hermosa y hermética. Con su estilo eminentemente visual, más poético que narrativo, nos sumerge en un mundo autorreferencial, que se explica por si mismo y que sólo se entiende en toda su dimensión al llegar a la última frase. Que nadie se desespere ni se impaciente; que nadie lea la última página antes de tiempo: su significado sólo adquiere todo su peso dentro de su contexto. Del mismo autor, en la misma editorial: Las protestas, El pequeño despilfarro, y su obra magna Descendiendo al Hades.

Operación Highjump de Sören Kimmu

El almirante de Marina norteamericana Richard Byrd es enviado en diciembre de 1946 a las costas antárticas al mando de un numerosísimo contingente de casi 4.000 marines. Aunque la excusa de la operación es la exploración del continente helado, una serie de datos hacen pensar que podría haber alguna otra razón, como el hecho de que al poco tiempo se unan a los norteamericanos buques de otras ocho naciones. El motivo quizás haya que buscarlo un año y medio antes, justo en el momento en que empieza este apasionante relato. Tres meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial, un submarino alemán, el U-530, es avistado por un pesquero frente a las costas argentinas. Los tripulantes del sumergible se entregan, pero no son capaces de explicar a las autoridades hacia donde se dirigían, ni por qué triplican en número a una tripulación estándar, ni por qué ninguno de ellos tiene más de 25 años, ni por qué el submarino está lleno de latas de cigarrillos cuando ninguno de ellos fuma. Poco después aparece otro submarino nazi en las proximidades, el U-997, en unas circunstancias y con unas características similares a las del anterior. El servicio de inteligencia norteamericano se lleva a los tripulantes para interrogarlos, pero lo único que logran sonsacarles es que se perdieron mientras seguían a un submarino guía hacia un destino desconocido para realizar una misión cuya naturaleza también ignoran.
El finlandés Sören Kimmu, al que conocemos sobre todo por su particular perversión del género negro con su serie de Otto Elger, un hierático detective especializado en desapariciones, da un giro de timón (nunca mejor dicho) a su obra con esta monumental novela de temática bélica. Partiendo de hechos reales y de una exhaustiva documentación, Kimmu elucubra una apasionante trama que hilvana todos los datos sin dejar un solo cabo suelto, alejándose en todo momento de la elucubración conspiranoica. Tan meticuloso y estricto como su personaje emblema, Kimmu compone un puzzle con piezas aparentemente divergentes (la conspiración política, el drama social, la ingeniería militar, etc), pero que dan como resultado una obra coherente y homogénea, con una estructura férrea y compacta como la de los submarinos que la surcan. Es quizás en los pasajes subacuáticos donde más se luce Kimmu, en unos capítulos iniciales que describen hasta la última gota de sudor la tensión de unos jóvenes soldados aislados del resto del mundo, navegando hacia un destino desconocido. A partir de ahí, la trama funciona por pura inercia, dirigiéndose como un torpedo hacia un final redondo que, hasta que los documentos pertinentes sean desclasificados, podríamos tomar como verídico. En todo caso, no dejemos que la verdad estropee una mentira tan buena.

viernes, 11 de abril de 2008

Descartes de Antonio García Lozano

No es ésta una biografía sobre el filósofo francés, sino una colección de relatos que funcionan como una unidad, o bien una novela con capítulos independientes. El propio autor no ayuda mucho a aclarar el tema desde una premeditadamente confusa introducción, que por otro lado invita al regocijo y predispone a acomodarte en tu sillón favorito y dejarse llevar. La obra, nos dice García Lozano, nace como réplica y pataleo contra la editorial Desdémona (imaginaria hasta donde nosotros sabemos), que publica en 2004 una novela titulada Contradicciones Eléctricas bajo su nombre. Como él no recuerda haber escrito esa obra, a pesar de salir su nombre en la portada, su fotografía en la solapa, y recibir ingresos de los royalties en su cuenta religiosamente, decide llevar a la editorial a juicio (sobre todo porque, una vez leída la obra, le parece mediocre). Ganado el pleito, García Lozano recibe una indemnización millonaria por suplantación de identidad, que lleva a la quiebra a la editora, y que le permite comprarse una casita en el campo. Ya instalado encuentra, en los cajones de un viejo escritorio, unos pliegos titulados “Descartes de las Contradicciones Eléctricas, por A. García Lozano”. Sin hacerse más preguntas existenciales de las pertinentes, el bueno de Antonio se lee el manuscrito y decide que su calidad es muy superior a la de la obra original, y que merece ser publicada. La editorial murciana Quinqué recoge el guante lanzado por García Lozano y publica el texto tal cual, reduciendo el título a Descartes, y sin incluir foto en la solapa (por lo que pueda pasar). Hasta aquí la introducción.
La obra, efectivamente, parecen una serie de descartes, de partes de un todo que sólo podemos intuir, más lúdico que metalingüístico, frente a lo que pueda parecer por lo anteriormente dicho. Algunos de los capítulos, para que se hagan una idea, llevan por título: Segunda parte del tercer capítulo, Cuando se le acabó el lápiz de labios, Piernas dormidas, Buscando el coche en el parking del hipermercado, Interludio sentimental, El jersey manchado por detrás, Dueños de perros hablando de perros, Cejas de velcro, Sueños de sexo y ancianos, Otra vez el mismo olor, etc. Hay un interés evidente, quizás demasiado, del autor por resultar simpático y original, consiguiéndolo sólo a medias. Pero la obra entretiene y proporciona más de una, y de dos, carcajadas por capítulo. Y al final, de nuevo frente a lo que pueda parecer por lo dicho, la obra encierra un misterio velado, una sensación de secreto que se nos oculta y que todos los demás parecen saber, dejando un poso más amargo de lo que la lectura de cada capítulo por separado podían hacer prever. La obra juega a ser la imagen especular de otra quizás sólo imaginada, de ser la positivación de un negativo inexistente. Como imagen espectral ha de entenderse y leerse. Al final, mucho más que un divertimento.