martes, 29 de abril de 2008

Lenguas Muertas de Saul Baxter

Tom Skinner es un filólogo e intérprete en paro. Su vida se ha ido por el retrete desde el llamado “Día del milagro”. Odia ese día y todo lo que representa, casi tanto como haber tenido la vocación equivocada; como todos los filólogos, lingüistas, traductores, actores de doblaje e intérpretes del mundo. El 14 de Abril de 2002 será recordado por la humanidad como el día en que absolutamente todas las lenguas se murieron. Sin saber muy bien cómo ni por qué, desde ese día toda la humanidad se entiende sin necesidad de intérpretes ni traductores; todas las lenguas habladas y escritas funcionan como un único idioma. Todos los libros, da igual el idioma en que hayan sido escritos, son comprensibles para toda la humanidad. Y todos los idiomas, carteles, folletos, menús de restaurantes, canciones... absolutamente todos los medios de comunicación son, de pronto, comprensibles sin necesidad de traducción.
Tras el desconcierto inicial a nivel mundial, llega un período de paz y prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad. Por primera vez, todas las personas y naciones se entienden y pueden dialogar de tú a tú, de igual a igual. Pasados los primeros años a nadie le preocupa ya quién o qué ha obrado el milagro. Lo verdaderamente importante es que ha sucedido. A nadie le importa, salvo a Tom Skinner, pues su vida se ha convertido en una mierda y está dispuesto a llegar al fondo de todo este extraño asunto.

La obra más reciente del gran Saul Baxter es la perfecta elección de la editorial Gato Negro para continuar con su colección centrada en la ciencia ficción, impecable hasta el momento. Tichyólogo de pro, Baxter siempre se ha caracterizado por un estilo mordaz e irónico, pero dotado de una sutileza que lo eleva por encima de la mera sátira. Formalmente inconfundible, resultado de la unión de una retórica compleja y un argumento sencillo, es difícil de trasladar a otro medio sin que se pierda lo esencial en el cambio. Debido a ello ninguna de sus anteriores y exitosas novelas han sido adaptadas al cine, a pesar de que hay noticias de estudios que acarician la idea desde hace años (el caso de Ojos de titanio ya es paradigmático). Formado en el relato breve más hard (háganse con un ejemplar de Robot Affaires y sabrán lo que es bueno), donde se convirtió en uno de los maestros contemporáneos, no sufrió en su paso a la narración larga, más bien todo lo contrario: dotado de un pulso narrativo que parece un martillo pilón, en sus seis novelas te sujeta de la solapa desde la primera sílaba y no te suelta hasta la última, dejándote sin resuello pero con ganas de más. Ganando en madurez con cada obra, pero también en carga vitriólica y mala leche, su lectura parece un purgante mezclado con guindilla: escuece y limpia. De lectura obligada para este trimestre.


lunes, 28 de abril de 2008

El misterioso crimen de National Street de George Eyle

George Eyle (de nombre completo lord Alexander George Harrogate Eyle), cuarto hijo de los Duques de Windleham, vivió de rentas toda su vida y se dedicó a lo que siempre le apeteció: beber, leer y escribir, por ese orden. Otra de sus grandes pasiones era la criminología: gran lector de relatos de misterio, amigo personal de Arthur Conan Doyle, entra por mediación suya en Nuestra sociedad, grupúsculo que pasó a la historia con el sugerente nombre de el Club de los Crímenes. Fundado en 1904 por doce selectos miembros, se reunían tres o cuatro veces al año en cenas informales donde, tras la comida, disertaban sobre crímenes históricos o contemporáneos y luego debatían sobre los mismos. Entre sus privilegiados socios se contaban hombres de leyes, literatos, artistas o nobles, como John Churton Collins, William Le Queux, Arthur Diosy, Henry Brodibb Irving, Fletcher Robinson o el propio Conan Doyle. Lo único que les unía era un amor por el estudio de la criminología y cierta cantidad de tiempo libre. George Eyle entra en el Club en 1911, antes de que comenzara a masificarse y se desvirtuara su finalidad original (de hecho el club sigue hoy en activo, con más de cien miembros).
Eyle, erudito y humorista, publica con regularidad viñetas y breves textos sarcásticos en el Pearson’s Weekly, más por placer que por necesidad económica. Con la misma intención humorística y desmitificadora acomete éste, su único texto largo. Parte de un asesinato real acontecido en Birmingham en 1909, que se trató y debatió largamente en las reuniones de el Club de los Crímenes y que nunca llegó a resolverse de forma oficial. El mismo asesinato dio lugar a otro texto, más riguroso y convencional, que Francis T. Greathorn publicó por entregas en The Strand. El interés de George Eyle no es, como el de Greathorn, describir pormenorizadamente los acontecimientos en clave periodística, ni aventurar una hipótesis sobre lo que ocurrió realmente. Eyle aprovecha como excusa este crimen real para plasmar, veladamente, su particular estilo de vida. Los protagonistas de esta obra son dos vividores, dos rentistas con demasiado tiempo libre que se reúnen cada día en su club de fumadores para debatir sobre los más peregrinos temas con una copa de brandy en la mano. Leen en el periódico la noticia de la misteriosa muerte de Samuel Renton, un viajante de instrumental quirúrgico norteamericano, que vive instalado desde hace meses en una pensión de National Street. Lo que al principio parece un suicidio pronto se descubre que es un “asesinato a puerta cerrada”, muy en boga en la literatura de la época. Bender y Curson, los dos protagonistas, inician una investigación paralela a la oficial, siempre a través de las noticias de lo periódicos y de las suposiciones que llegan a elucubrar sin moverse de sus cómodos butacones del club. La conclusión a la que llegan es del todo delirante, sobre todo por lo plausible y coherente con la información oficial. Después de su “descubrimiento”, ambos protagonistas continúan con sus “hallazgos de mentes ociosas”, sin dar a conocer a nadie su teoría. Como a Eyle, a ellos tampoco les interesa la realidad, sólo la verdad.
Crítica mordaz y sangrante a sus compañeros de club, que recibieron su publicación con la esperada frialdad, tuvo cierto éxito en la época, llegando a escenificarse una versión teatral adaptada por Malcom Kendrick. No comprendieron sus coetáneos que la mayor crítica del libro la vierte Eyle sobre sí mismo, asumiendo que vivía una existencia inútil y absurda que pronto llegaría a su fin. Efectivamente, Eyle murió en 1914, a los 36 años de edad, por complicaciones cardiovasculares. Por puro desgaste.
El libro ha sido reeditado con regularidad en lengua inglesa; pero no es hasta hoy, casi cien años después de su publicación original, que alguien se digna (y se arriesga) a publicarlo en lengua cervantina. Los onuvenses Malrayo se juegan los cuartos con una edición exquisita y lujosa que merece toda la suerte del mundo. A comprar.

sábado, 26 de abril de 2008

El libro verde de los Tamos de J.A.C

Tras estas misteriosas iniciales se esconde uno de los máximos responsables de la Editorial Umbra. Tampoco vamos a dar más datos para no romper el misterio que el tipo se ha creado. Sólo decir que no publica en Umbra sólo por ser uno de los editores (que también), sino porque éste su primer libro es una maravilla, un derroche de imaginación y fantasía como un servidor no leía desde hacía mucho tiempo. El argumento, si existe, poco importa: Toni, un niño tirando a fantasioso decide un buen día esconderse debajo de la cama y no salir de allí hasta que lo encuentren sus padres. El tiempo va pasando y la vista de Toni se va acostumbrando a la penumbra, descubriendo entre las pelusas de polvo una pequeña ciudad habitada por los Tamos. Allí conoce a la hermosa princesa Trescatorce, de la que se enamora perdidamente, y también traba amistad con dos Tamos, Tejeteje y Gondolino, que le cuentan la historia de su civilización (hilarante), y su eterna guerra contra los malvados Bú, un pueblo que intenta hacerse con el poder de debajo de todos los muebles de la casa. En realidad, la cama de Toni es el último reducto Tamo, y éste les echará una mano en la decisiva batalla final contra los Bú, capitaneados por una pareja antológica: Dondón y Driquimón.
Este libro, un juego más que una novela, funciona como defensa contra el hastío y el aburrimiento al que parece relegarse la vida adulta. Pero por encima de todo, es una bella y soterrada historia de amor. No es, ni mucho menos, un libro infantil; todo lo contrario: sólo lo disfrutarán a todos los niveles los que ya han dejado de ser niños. Con una estructura de cajas chinas, este hermoso artefacto combina, metódica y laboriosamente, todos los modos de comunicación impresos posibles (escritura, ilustración, mapas, cómic...), engarzados de forma magistral. Extraño ejemplo de obra redonda, donde no parece sobrar ni faltar nada, con un estilo engañosamente ligero, esta obra te hará enamorarte de todos y cada uno de los personajes, dejándote con una sensación de desamparo tras la última página. ¡Los Bú no podrán con nosotros!

miércoles, 23 de abril de 2008

El Herbolario de Jacques Christin

El joven Pierre Delcort es un modesto aprendiz de fontanero que vive con su mujer embarazada en casa de sus suegros. Las expectativas en el trabajo son buenas, el feto crece sano, la relación con sus suegros es excelente; pero sin embargo, una noche, al terminar su jornada laboral, en vez de volver a casa como todos los días se va a un lujoso hotel, donde alquila una habitación por siete noches. Un desconocido con el que se cruza por el pasillo será el último en verlo, pues una vez entra en la habitación, Pierre desaparece de la faz de la tierra sin dejar rastro. El desconocido que se cruza en el pasillo lleva por nombre Jacques Christin, y se dedica, entre otros tejemanejes, a robar en hoteles. Tras una serie de circunstancias entrará en la habitación vacía de Pierre, y se hará pasar por él durante esos siete días en que la habitación está pagada, mientras la familia del primero lo busca desesperadamente con la ayuda de la policía. La habitación de Pierre-Jacques se va convirtiendo, poco a poco, en una prisión vegetal de la que ya no podrán salir sino como recuerdos. Pero, ¿alguien se acordará de ellos?
El belga Jacques Christin da un giro a su carrera narrativa (es poeta además de novelista) alejándose del realismo mundano en clave noir heredado de Georges Simenon para escribir su obra más personal e inclasificable hasta el momento. Por la editorial que lo publica en España uno podría aventurar que se trataría de una obra de género negro, más o menos ortodoxa. Y como tal comienza: las sesenta primeras páginas nos sumergen en una trama bipolar, con dos protagonistas que se van alternando hasta que uno de los dos desaparece y ambos se convierten en uno y el mismo. A medio camino entre Psicosis y Lost Highway de Lynch, el resto de la trama parece soñada más que vivida, sobrevolando un aire de irrealidad y extrañamiento que desconcierta y fascina a partes iguales. Tan frío que quema, el estilo de Christin se abre camino hasta las entrañas de los personajes como un cuchillo de carnicero, arrojando luz sobre rincones que suelen vivir a oscuras. No es, como entenderán, una lectura complaciente. Exige la máxima atención por parte del lector para encontrar las claves que se encuentran ocultas en los lugares más inesperados. La recompensa vale la pena.

Puntos de fuga de Benito Zárate

Blanca es una ama de casa a la que le diagnostican un cáncer óseo en la mandíbula. Tras una complicada operación para la extracción del tumor que la deja desfigurada, Blanca nota el rechazo tanto de su marido como de su hijo. Desde ese momento decide no volver a hablar, algo que no parece importar lo más mínimo ni al padre ni al hijo. Hasta que el día del cumpleaños de Blanca, ésta decide darles una sorpresa que no podrán olvidar, y que cambiará para siempre la relación familiar.
El periodista uruguayo Benito Zárate parte de un hecho real, la aparición de una mujer desfigurada y muda que es ingresada en un sanatorio de Montevideo, cuya identidad nunca se pudo llegar a averiguar, para elucubrar sobre su pasado. Ésta sólo es una de las posibilidades, como el autor recalca en la introducción, un rompecabezas que trama retroactivamente a partir de las pocas piezas de que dispone. El gusto por el detalle de Zárate hace de cada página una hermosa miniatura de delicadeza y sutilidad, con una prosa matizada que va mellando, por acumulación, la retina del lector. Con una estructura en forma de abanico, parte de un punto diminuto, de una imagen minúscula (Blanca mirándose un lunar en el espejo), para luego abrirse en múltiples perspectivas, en multitud de puntos de fuga que abarcan la inmensidad del planeta. De lo concreto a lo abstracto, de lo particular a lo general, este mágico volumen nos habla del poder de las palabras por encima de las imágenes; sobre todo de las palabras que se callan.
Impecable, como siempre, la edición de Umbra, que incluye un interesantísimo prólogo de J.A.C. (del que pronto tendremos noticias), a modo de diálogo con Zárate, donde ambos nos dejan entrever las interioridades de sus particulares mundos durante unos escasos pero enjundiosos segundos.

domingo, 20 de abril de 2008

Desconexión de Isidor Ruland

Gimi, un anciano viudo descubre una garrapata en la parte interna de su muslo, justo en el mismo lugar donde tuvo otra siendo un adolescente. Rememora lo que ocurrió en aquella ocasión, y como al contárselo a sus padres éstos deciden deshacerse de Rem, el perro de la familia. Gimi, sintiéndose culpable, les pide que le dejen encargarse personalmente del asunto, y pone anuncios por todo el vecindario. Sólo recibe una llamada interesándose por el perro, la de una anciana que vive al otro lado de la ciudad. Sin saber muy bien cómo pudo enterarse la anciana de que se regalaba un perro, Gimi va a su casa. Entonces no la reconoce, pero en el presente, al rememorarlo, comprende que esa anciana es su esposa ya fallecida, y que ambos están atrapados en una bucle temporal que se repite una y otra vez sin posibilidad de variación. ¿O quizás sí?
El escritor austriaco afincado en Gran Bretaña escribe su primera obra en inglés sin que se aprecie una merma en su capacidad de evocación. En esta breve novela, obra menor pero deliciosa, nos habla de las pequeñas heridas que no dejan de sangrar, de los recuerdos intrascendentes que se graban a fuego en nuestra memoria y, sobre todo, nos habla del poder curativo de la ficción. Es esta una obra, como todas las de Ruland, hermosa y hermética. Con su estilo eminentemente visual, más poético que narrativo, nos sumerge en un mundo autorreferencial, que se explica por si mismo y que sólo se entiende en toda su dimensión al llegar a la última frase. Que nadie se desespere ni se impaciente; que nadie lea la última página antes de tiempo: su significado sólo adquiere todo su peso dentro de su contexto. Del mismo autor, en la misma editorial: Las protestas, El pequeño despilfarro, y su obra magna Descendiendo al Hades.

Operación Highjump de Sören Kimmu

El almirante de Marina norteamericana Richard Byrd es enviado en diciembre de 1946 a las costas antárticas al mando de un numerosísimo contingente de casi 4.000 marines. Aunque la excusa de la operación es la exploración del continente helado, una serie de datos hacen pensar que podría haber alguna otra razón, como el hecho de que al poco tiempo se unan a los norteamericanos buques de otras ocho naciones. El motivo quizás haya que buscarlo un año y medio antes, justo en el momento en que empieza este apasionante relato. Tres meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial, un submarino alemán, el U-530, es avistado por un pesquero frente a las costas argentinas. Los tripulantes del sumergible se entregan, pero no son capaces de explicar a las autoridades hacia donde se dirigían, ni por qué triplican en número a una tripulación estándar, ni por qué ninguno de ellos tiene más de 25 años, ni por qué el submarino está lleno de latas de cigarrillos cuando ninguno de ellos fuma. Poco después aparece otro submarino nazi en las proximidades, el U-997, en unas circunstancias y con unas características similares a las del anterior. El servicio de inteligencia norteamericano se lleva a los tripulantes para interrogarlos, pero lo único que logran sonsacarles es que se perdieron mientras seguían a un submarino guía hacia un destino desconocido para realizar una misión cuya naturaleza también ignoran.
El finlandés Sören Kimmu, al que conocemos sobre todo por su particular perversión del género negro con su serie de Otto Elger, un hierático detective especializado en desapariciones, da un giro de timón (nunca mejor dicho) a su obra con esta monumental novela de temática bélica. Partiendo de hechos reales y de una exhaustiva documentación, Kimmu elucubra una apasionante trama que hilvana todos los datos sin dejar un solo cabo suelto, alejándose en todo momento de la elucubración conspiranoica. Tan meticuloso y estricto como su personaje emblema, Kimmu compone un puzzle con piezas aparentemente divergentes (la conspiración política, el drama social, la ingeniería militar, etc), pero que dan como resultado una obra coherente y homogénea, con una estructura férrea y compacta como la de los submarinos que la surcan. Es quizás en los pasajes subacuáticos donde más se luce Kimmu, en unos capítulos iniciales que describen hasta la última gota de sudor la tensión de unos jóvenes soldados aislados del resto del mundo, navegando hacia un destino desconocido. A partir de ahí, la trama funciona por pura inercia, dirigiéndose como un torpedo hacia un final redondo que, hasta que los documentos pertinentes sean desclasificados, podríamos tomar como verídico. En todo caso, no dejemos que la verdad estropee una mentira tan buena.

viernes, 11 de abril de 2008

Descartes de Antonio García Lozano

No es ésta una biografía sobre el filósofo francés, sino una colección de relatos que funcionan como una unidad, o bien una novela con capítulos independientes. El propio autor no ayuda mucho a aclarar el tema desde una premeditadamente confusa introducción, que por otro lado invita al regocijo y predispone a acomodarte en tu sillón favorito y dejarse llevar. La obra, nos dice García Lozano, nace como réplica y pataleo contra la editorial Desdémona (imaginaria hasta donde nosotros sabemos), que publica en 2004 una novela titulada Contradicciones Eléctricas bajo su nombre. Como él no recuerda haber escrito esa obra, a pesar de salir su nombre en la portada, su fotografía en la solapa, y recibir ingresos de los royalties en su cuenta religiosamente, decide llevar a la editorial a juicio (sobre todo porque, una vez leída la obra, le parece mediocre). Ganado el pleito, García Lozano recibe una indemnización millonaria por suplantación de identidad, que lleva a la quiebra a la editora, y que le permite comprarse una casita en el campo. Ya instalado encuentra, en los cajones de un viejo escritorio, unos pliegos titulados “Descartes de las Contradicciones Eléctricas, por A. García Lozano”. Sin hacerse más preguntas existenciales de las pertinentes, el bueno de Antonio se lee el manuscrito y decide que su calidad es muy superior a la de la obra original, y que merece ser publicada. La editorial murciana Quinqué recoge el guante lanzado por García Lozano y publica el texto tal cual, reduciendo el título a Descartes, y sin incluir foto en la solapa (por lo que pueda pasar). Hasta aquí la introducción.
La obra, efectivamente, parecen una serie de descartes, de partes de un todo que sólo podemos intuir, más lúdico que metalingüístico, frente a lo que pueda parecer por lo anteriormente dicho. Algunos de los capítulos, para que se hagan una idea, llevan por título: Segunda parte del tercer capítulo, Cuando se le acabó el lápiz de labios, Piernas dormidas, Buscando el coche en el parking del hipermercado, Interludio sentimental, El jersey manchado por detrás, Dueños de perros hablando de perros, Cejas de velcro, Sueños de sexo y ancianos, Otra vez el mismo olor, etc. Hay un interés evidente, quizás demasiado, del autor por resultar simpático y original, consiguiéndolo sólo a medias. Pero la obra entretiene y proporciona más de una, y de dos, carcajadas por capítulo. Y al final, de nuevo frente a lo que pueda parecer por lo dicho, la obra encierra un misterio velado, una sensación de secreto que se nos oculta y que todos los demás parecen saber, dejando un poso más amargo de lo que la lectura de cada capítulo por separado podían hacer prever. La obra juega a ser la imagen especular de otra quizás sólo imaginada, de ser la positivación de un negativo inexistente. Como imagen espectral ha de entenderse y leerse. Al final, mucho más que un divertimento.

Swirls de Jane Hallister

La editorial Umbra vuelve a ofrecernos una referencia de su colección Poesía un año después de la anterior. Para su regreso triunfal han elegido, como no podía ser menos, una obra de una calidad fuera de toda duda: el poemario más personal de Jane Hallister. Quizás la norteamericana sea más conocida por su faceta de cantautora durante los años 70, donde se mantuvo en un digno segundo plano, pero llegando a telonear a Joni Mitchell o a Laura Nyro en alguna gira. Licenciada en sociología, se dedicó principalmente a la docencia y a cuidar de su hermana autista Margaret.
Impregnada de la idiosincrasia vital de su hermana, Jane compone este breve poemario en la primera mitad de los 80, intentando recrear el bucle infinito que rige y ordena su mente. Nunca un título fue tan apropiado, pues cada poema parece girar sobre sí mismo, sobre un concepto simple que observamos desde todas las perspectivas que ofrece, y que son siempre más de las que el lector podría concebir a priori. Algo similar a lo que Thomas Bernhard puede hacer con la prosa, Hallister lo consigue con unos poemas concisos, asimétricos, cortantes, sencillos, pero siempre desgarradores. Cada poema versa sobre una hora del día, una actividad que su hermana debía realizar en su estricto horario. Las palabras se repiten obsesivamente, cada verso apenas supone una variación de los anteriores, creando una sensación de claustrofobia que puede llegar a angustiar. El final del último poema se retuerce y solapa sobre el principio del primero, creando un bucle eterno en el que dejarse atrapar. Para Jane Hallister la vida se reducía a eso: una mera repetición de instantes cuya única variación es el continuo desgaste de la acumulación temporal. Completan este delicioso tomo bilingüe una interesante introducción de Jorge Matos, y dos breves poemarios de la misma época: Doce poemas de soledad y 8 uñas, que ayudan a completar el cuadro. Jane Hallister murió de cáncer en 1991, y su hermana, que sepamos, sigue internada en un sanatorio donde su rutina poco habrá variado durante estas décadas.

martes, 8 de abril de 2008

Moon Stone de Steve Smithson

Extraño artefacto el que nos ocupa: distopía muy sui generis, fábula sobre el poder del destino protagonizada por un anciano ingeniero naval llamado Neil Armstrong que posee un fragmento de piedra lunar heredada desde tiempos inmemoriales por la rama paterna de su familia. Gracias a esta preciada posesión se convierte en el gurú de una secta de adoradores de la Luna, que se dedican, entre otras menudencias, a copular bajo la luz del astro celeste para engendrar una raza de superhombres. Todos menos un anciano e impotente Armstrong, que tiene que conformarse con ver como follan los demás hasta que descubre que al ingerir una minúscula porción de la piedra lunar consigue unas erecciones más que satisfactorias. El único inconveniente es que el deseo sexual de Armstrong es mucho mayor que la piedra, lo que le llevará a ingeniar un modo de viajar al satélite a por más reservas, convirtiéndose así, si todo sale bien, en el primer hombre que pise la Luna.

El cachondo mental de Steve Smithson da su do de pecho con esta novela cargada, como es habitual en él, de un humor sólo aparentemente absurdo, a medio camino entre sus dos maestros, Ballard y Lem. Como bien apunta Neil Gaiman en el prólogo, el autor de Cleveland aprovecha su “faceta más abiertamente humorística para hablar de temas profundos, y su faceta más trascendental para hablar de temas banales”, consiguiendo siempre una extraña sensación de desplazamiento, de irrealidad, de ensoñación. Aquí, por primera vez, bascula entre sus dos vertientes dentro de una misma obra, consiguiendo un resultado heterogéneo y por momentos disperso, pero siempre audaz. A medio camino entre la novela epistolar, el diario íntimo y la biografía no autorizada, esta novela se encuentra en una tierra de nadie habitada por el señor Smithson y los intrépidos lectores que se atrevan a seguirle. Cobarde el último.


sábado, 5 de abril de 2008

La muerte de la calle Grover de Clifford Beatty

La mañana del 7 de agosto de 2005 trae una funesta sorpresa a la ciudad de Liberfield y a todo el país: los habitantes de la calle Grover aparecen muertos. Todos ellos. Tras la primeras investigaciones no se encuentran señales de violencia en ninguno de los cadáveres, como si los fallecidos hubiesen muerto sin darse cuenta: la mayoría yacen plácidamente sin vida en sus camas, otros sentados en sus sofás frente a un televisor todavía encendido... Sea lo que sea lo que ha matado a los habitantes de la calle Grover, se ha detenido, como si hubiese una frontera invisible, justo en el límite del vecindario, pues en las calles adyacentes los vecinos han amanecido sanos y salvos.
Esta sugerente novela del norteamericano Beatty comienza como un episodio de Twlight Zone para luego sumergirnos en una trama magnética, de protagonismo coral, repartida entre un policía forense, una doctora, dos familiares y un vecino de los fallecidos. La novela funciona mejor cuando el protagonismo radica en estos tres últimos, sobre todo en el caso del vecino: en la casa de al lado toda la familia ha muerto mientras en la suya no, aparentemente sólo porque su casa no pertenece a la calle Grover. La grandeza de la obra estriba en que funciona perfectamente como alegoría de la relación entre el primer y el tercer mundo, pero sin desatender en ningún momento la trama de misterio: efectivamente, por debajo de todos los dramas y confusión que reina en las vidas de los protagonistas, fluye el misterio de qué les ha sucedido a los habitantes de la calle Grover. La resolución quizás dejará a más de uno insatisfecho, pues lejos de ser fantástica, apuesta por la plausibilidad. Lejos de un deus ex machina, todo adquiere sentido pues todos los elementos se encauzan hacia ese final, que funciona como una bofetada que nos devuelve a una realidad mundana y demasiado prosaica. La moraleja parece ser que vivimos en un mundo gris y triste dominado por el azar, a lo que algunos se empeñan en llamar magia. Desolador final para una novela que se lee con fruición.

Glass Carrot de Chester Jules

A Emily Greene se le estropea la impresora en el momento más inoportuno, así que corre al centro comercial a comprar una nueva, con la que le dan dos bonos-regalo. A la mañana siguiente, al abrirlos, descubre que en uno de ellos le ha tocado una impresora de regalo, así que decide devolver la que ha comprado y canjear su bono-regalo. Una semana después recibe una carta con una demanda judicial, pues el gabinete de abogados que representa al centro comercial considera que al devolver la impresora ha perdido todo derecho al uso y disfrute de los bonos. Emily, lejos de amilanarse, se lanza de cabeza a una disputa legal que acaba por poner en juego mucho más que su cuenta corriente y su dignidad: su salud mental y su propia vida.
Jules, profesor de historia de la filosofía en la Universidad de San Francisco State, con esta su tercera novela no pretende ofrecernos un drama judicial ni una revisión de El proceso de Kafka, sino un manual de lógica al más puro estilo carrolliano, donde las paradojas se suceden con tal vertiginosidad que por momentos parece que el cerebro del lector vaya a cortocircuitarse. Dramáticamente absurda, divertidamente terrorífica, la epopeya de Emily Greene nos habla de lo fútil de la condición humana, de lo relativo de nuestra grandeza y de lo frágil de nuestra realidad, siempre con sentido del humor pero sin caer en la farsa. En un viaje de ida y vuelta desde la intimidad de Emily, pasando por el aparatoso estamento jurídico y los mass media, hasta volver a la soledad de su apartamento, Jules hace colisionar ambas realidades, la interna y la externa, la pública y la privada, con consecuencias inesperadas y reflexiones difíciles de eludir como lector. Con un estilo desapasionado y casual, supone una de las novelas más originales que este servidor ha leído en mucho tiempo, siendo un regalo perfecto tanto para escépticos como para crédulos.

WHOMAN de Jennifer Blunt

Segundo título encuadrado dentro de la ciencia ficción de la editorial Gato Negro, y segundo acierto: nos encontramos con una de las novelas mas interesantes que este humilde servidor ha leído en mucho tiempo. La escritora británica (afincada en Dorset) Jennifer Blunt, de la que sin duda oiremos hablar mucho y bien en el futuro, se atreve con una novela que, desde su propio título (juego de palabras intraducible al castellano), busca una verdad oculta detrás de las palabras, detrás de las apariencias. WHOMAN, así, en mayúsculas, es una novela de personajes poco usual. Podríamos decir que tiene dos protagonistas, aunque ambos son el mismo, pero sin llegar a serlo. Por alguna extraña razón, Tom Wilson comienza, de forma natural, a transformarse en mujer. Tras esta delirante premisa se esconde una novela mordaz, que plantea la guerra de sexos vivida desde los dos extremos por el mismo personaje. A ratos divertida, a ratos terrorífica, siempre coherente y arriesgada, la prosa de Blunt nos mantiene atados a una montaña rusa de curvas peligrosas e inesperado desenlace.
La premisa puede recordar al Orlando de Virginia Wolf o, ya dentro del género de la ciencia ficción, a la genial novela La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin, uno de los clásicos indiscutidos del género, donde la autora se preguntaba qué ocurriría si el sexo de una persona no fuese estable y, a lo largo de la vida de un individuo, éste pudiera ser tanto varón como hembra. Curioso que sean tres escritoras, quizás más interesadas en la idea de identidad sexual que los varones, las que partan de este planteamiento similar, pero para llegar a resultados completamente diferentes, casi divergentes. Jennifer Blunt reinventa el género (literario y sexual) partiendo del punto en que lo dejó Le Guin, a modo de homenaje y corolario de su genial obra. Inicia Blunt con esta novela una carrera que sólo el tiempo dirá hasta donde le llevará. Como primer paso, inmejorable. Será divertido caminar a su lado.

Larry de Seth Liemberg

Larry se quiere morir. Goza de buena salud, nunca ha estado deprimido, tiene un trabajo que le apasiona y una esposa y dos hijas a las que adora. Pero un día se levanta con la imperiosa necesidad de morirse, y sabe a ciencia cierta que no terminará ese día con vida. Como no quiere ni cree ser capaz de suicidarse, ni desea cargar con la culpa a un tercero, comprende que su objetivo no va a resultar tan sencillo de alcanzar. Cerca ya de la medianoche, conoce en el cementerio a un enterrador que le dará la solución idónea, pero, ¿será Larry capaz de dar el paso definitivo?
Seth Liemberg, enfermero y cocinero antes ganarse la vida como escritor, nos presenta aquí su primera novela después da varias recopilaciones de relatos, terreno en el que se mueve como pez en el agua. En sus comienzos se mostraba muy influenciado por el maestro Raymond Carver, pero poco a poco ha ido definiendo su personal estilo, con unas pinceladas alegóricas que le dan cierta teatralidad a su obra, lejos del naturalismo desapasionado de Carver. En su puesta de largo presenta una obra cargada de contrastes: por un lado se muestra compacta y poderosa como una roca, a la que no parece faltarle ni sobrarle nada, pero poseyendo al mismo tiempo una cualidad porosa, llena de resquicios y huecos que, a modo de respiraderos, la hacen palpitar como un órgano vivo. Su punto de vista en tercera persona es el de un espectador privilegiado y atento, pero desconocedor de las interioridades de sus personajes. Recuerda a Hammett en su meticulosidad y en su búsqueda del detalle definitorio pero que nunca traspasa la cáscara que cubre lo real. El contraste entre un estilo tan premeditadamente banal y una historia con tan fuerte carga moral hace que ambos extremos salgan enriquecidos, y cada frase, cada palabra, por ensalmo, parecen adquirir por ello una dimensión sagrada. Ediciones Clarinete vuelve a dar en el clavo al elegir esta obra para su selecta cosecha. Recomendable para cualquier lector avezado, y especialmente para aquellos que tardan más de cinco minutos en conciliar el sueño.

viernes, 4 de abril de 2008

Hiperespacio de Kristine Fischer

Kristine Fischer nunca ha sido una escritora convencional. Sus novelas son difíciles de enmarcar en un género o en una corriente. Siempre parece caminar por una ruta alternativa a la del resto de la humanidad (que se dedica a escribir libros), a veces en paralelo, a veces en ángulos divergentes que ofrecen extrañas sombras y juegos de luces. Con esta novela nos encontramos con un caso particular dentro de su particular carrera, pues se trata de la primera vez que el peso argumental recae en un protagonista masculino, desapareciendo las sempiternas y cansinas alusiones de la crítica más apolillada a que se traten de obras autobiográficas (curioso que esto suceda sobre todo cuando las autoras son mujeres). Por lo demás, no hay mucha diferencia entre ésta y cualquiera de sus novelas anteriores; quizás se decante un poco más de lo habitual por la pura ciencia ficción, pero siempre como un zumbido de fondo, como un diseño difuminado, apenas entrevisto. O sea, siempre como excusa.
La novelita se lee de una sentada, y narra en tiempo real un susto de media tarde en la vida de un cretino, Charlie Denton, un tonto que no sólo asume su estupidez sino que se regodea en ella. La novela bien podría titularse hiperdespacio, pues el punto de partida consiste en que la lentitud mental de Charlie con respecta al resto de la humanidad lo ancla en un espacio intermedio entre lo que llamamos “nuestra realidad” y cualquier otra del multiverso. Atrapado en una tierra de nadie sin que parezca importarle lo más mínimo (¿ya hemos mencionado que es tonto?), contará con la ayuda inestimable de un Isaac Asimov que regenta una tienda de cuños y un Franz Kafka con principios de alzheimer (parte de un grupúsculo secreto denominado Los Intermediarios, protagonistas de la siguiente obra de Fischer), para volver a su realidad (o a otra completamente distinta, tampoco le importa).
Las referencias metaliterarias son continuas y jocosas para cualquier lector con un mínimo de bagaje, y como historia paralela de la literatura occidental moderna sería un buen compendio. Fischer habla de una estructura calcada a la de Los Viajes de Gulliver, y razón no le falta (salvando las distancias). Cada capítulo es una parada en el viaje de Charlie y sus compañeros, atrapados en una ficción dentro de una ficción dentro de una... bueno, supongo que ya lo han pillado. Como en la genial obra de Swift, Fischer usa la ironía y la sátira para reírse de todos, empezando por los poderosos y acabando por los bufones, los entretenedores que, como ella, crean fuegos de artificio para el disfrute de los demás. Al final, por supuesto, hasta el lector saldrá escaldado, dejando un regusto amargo en el paladar, pero al mismo tiempo admirando la valentía de una autora que no tiene miedo a decir lo que piensa, le pese a quien le pese.

Aleación de Naoki Sekikawa

Jiro Urasawa es un apocado y mediocre estudiante de química que inicia su segundo curso en una universidad pública de segunda categoría en Tokio. Nadie espera gran cosa de Jiro, él mismo el primero. Por problemas con una beca debe abandonar el colegio mayor e instalarse en un diminuto y oscuro apartamento lejos del campus. Allí, más por aburrimiento que por otra cosa, comienza a mezclar algunos de sus fluidos corporales con ciertos productos químicos, resultando de la mezcla un extraño material sellador. Tras sintetizarlo y patentarlo, lo presenta a una multinacional que lo recibe como un sustituto perfecto para los corchos de las botellas. Jiro firma un contrato millonario por la patente, pero al volver a su apartamento a recoger sus pertenencias es acosado por un matón al que había pedido un préstamo. Asustado, usa su extraña aleación para sellar la puerta, quedándose atrapado dentro del apartamento él solo. Bueno, solo hasta que por la mañana aparece una hermosísima joven, el ideal de Jiro en todos los sentidos, hasta que comienza a salirle un bulto en medio de la cara, estropeándolo todo.
El veterano Naoki Sekikawa (Kove, 1943) desconcierta de nuevo con una historia llena de giros impredecibles y situaciones entre alegóricas y surrealistas, bordeando el peligroso filo entre los sublime y lo ridículo. Sus novelas siempre parecen habitadas por personajes hieráticos que aceptan los envites de la vida con estoica resignación. Con su habitual prosa concisa y seca, Sekikawa puede dejar frío a más de un lector recién llegado. Efectivamente, no es una lectura cálida ni agradable, sino que busca premeditadamente una artificiosidad distanciadora: el autor es consciente de que está creando un artefacto, y el lector ha de ser cómplice en este juego. Sekikawa abre la tapa del reloj dejando al descubierto sus entrañas, su maquinaria desnuda. Quizás sea una obra que sólo interese a “relojeros” o masoquistas, pero los que nos encontramos en uno de estos “gremios”, disfrutaremos de su lectura como un perro royendo un hueso hasta el tuétano.

Hijos de la estrella de Mark Knowish

Parece que la editorial granadina Gato Negro se introduce en la narrativa de ciencia ficción más actual e innovadora por la puerta grande, editando, de un tirón, tres de los mejores títulos que un servidor ha tenido el placer de leer últimamente. El encargado de abrir la veda es Mark Knowish, semiconocido por estos lares por su trilogía Planetas en fuga, su trabajo más traducido, aunque ni de lejos el más logrado. En la obra que nos ocupa nos vuelve a desarmar con su impagable y filosófica verborrea. Cuando pone su talento al servicio de una buena historia (lo que ocurre cada tres novelas, más o menos), las estrellas parecen alinearse y todo, forma y fondo, constituye una unidad compacta y perfecta como un diamante pulido. Con esta Hijos de la estrella nos encontramos con la joya de la corona, su obra maestra desde ya, y una referencia ineludible de la ciencia ficción en lo que llevamos de siglo. Es una novela enorme, descomunal, tanto en extensión (nada menos que 700 páginas de pura filosofía cósmica a chorro), como en ambición narrativa (la observación de nuestro mundo a través de siete generaciones de los famosos Grises, especie que según algunos conspiranoicos nos vigila desde hace eones). Es una obra que desde la primera página evidencia señales de fin de etapa, y una vez terminada confirma que Knowish ya no puede llegar más lejos de lo que ha llegado aquí sin mutar.
La obra no nace de la nada; el propio Knowish apunta en el prólogo que durante su redacción siempre tuvo presente el Ghrama Rasa, libro sagrado entre ciertas castas hindúes. Menos místicas, y más evidentes, son las influencias de Communion de Wetley Strieber (que algunos recordaran por su obra maestra El ansia). Que nadie se asuste, la obra está lejos de ser una empanada mental new age; Knowish es perro viejo, y sabe que la mejor forma de enseñar es entreteniendo, y aquí no deja ni el mínimo resquicio para el aburrimiento ni la tontería. La novela comienza con el famoso “Incidente Roswell” para trasladarnos en el tiempo a través de siete generaciones de observadores, conformando, nada menos, que una suerte de historia paralela de la humanidad. La obra bascula hacia delante y atrás en el tiempo, siguiendo una lógica narrativa, no cronológica, como en un juego de preguntas y respuestas. Cada capítulo se abre con un acertijo, que el lector responderá por sí mismo al final, comprendiendo que lo de menos es la respuesta, lo importante es como has llegado a ella. Knowish, irónico y vitriólico, aprovecha esta mirada ajena, este extrañamiento, para realizar una serie de reflexiones sobre la condición humana cuando menos peculiares, y en la mayoría de los casos sorprendentes por su preclaridad. De un virtuosismo que elude el arabesco vacuo, Knowish logra que cada una de las 700 páginas sea una pequeña gema que uno desea releer una y otra vez. Chicos, esto entra para examen.