domingo, 20 de julio de 2008

Infinity de James Fricton

Charles Foster se está muriendo. Tiene un cáncer de páncreas terminal, y las previsiones más optimistas le conceden un mes de vida. Toda la familia y amigos se muestran consternados, y le hacen visitas para hacerle partícipe de su pesar y para que no se sienta solo en este amargo tramo final, a pesar de que es lo que Charles más desea: la soledad. Uno tras otro, sus conocidos desfilan ante él y le confiesan sus mayores pecados, sus mayores aflicciones y pesares, aquello que les reconcome por dentro y que necesitan expresar en voz alta. Él les sirve de perfecto testigo, pues pronto morirá llevándose con él sus secretos al más allá. Un día llega su viejo amigo de universidad Kenneth Longleigh, que le confiesa que hace años asesinó a su primera esposa por celos, haciéndolo pasar por un atraco con complicaciones. Ahora ha averiguado quien era el amante de su esposa y también planea matarlo. Charles no sabe que puede hacer para evitarlo, convaleciente como está en cama, sin fuerzas, atado a una máquina que lo mantiene estable. Pero debe de hacer algo para salvar a ese individuo que él sabe inocente, pues el propio Charles fue el amante de la esposa de Kenneth. Charles urde un plan para evitar el asesinato, y de paso vengar la muerte de su antigua amante, en una cuenta atrás sin freno hacia el infinito de la muerte. El plan, que dejará a más de un lector con la boca abierta y el culo apretado, es una obra maestra de lo macabro, del humor negro y de la vuelta de tuerca inesperada, que deja toda la obra de Hitchcock en una mera travesura infantil.
James Fricton, guionista de la BBC (co-creador de la delirante y de culto Poison Bros.), afianza su carrera literaria con esta su tercera novela, en la que retoma al protagonista de la segunda (Pararells), y la socarronería y mala uva de la primera (Eight o’clock), para crear su obra maestra hasta el momento. En una tercera persona cercana y cómplice, Fricton narra con ritmo pausado pero firme el vertiginoso viaje final de su (memorable) protagonista, en una alegoría sobre la vida, cargada, a partes iguales, de rencor y nostalgia y, por qué no decirlo, de una extraña y atípica sabiduría. A modo de antimanual de autoayuda, o manual de antiayuda, esta breve pero enjundiosa novela de Fricton, se mantiene a una distancia prudencial de toda ideología, religión o filosofía conocidas, se mea en el ponche del punk del que bebían sus anteriores narraciones, y surge, en su tramo final, como lúcido e inesperado valuarte de la imaginación y del rigor. Fricton sabe, como Longfellow, que los dioses están en todas partes, y que nada mejor que el trabajo bien hecho para rendirles culto. A atesorar.

martes, 1 de julio de 2008

Hotel Europa de Norman Kay

Kay, brillante estudiante en Stanford, donde se gradúa cum laude en 1961 en Literatura Comparada, se une a la comuna La Compañía de Calíope, afín al escritor y gurú psicodélico Ken Kesey, formando parte brevemente de sus Alegres Bromistas y de sus experimentos con el LSD. Fruto de esa época tan idiosincrática nace este breve texto, conjunto de relatos unidos por un mismo protagonista, funcionando casi como una novela disfuncional (valga la paradoja). Partiendo de su maestro Kesey, sobre todo de su obra Sometimes A Great Notion, del Burroughs menos críptico y, principalmente, de la obra Seis problemas para don Isidro Parodi, de sus admirados Borges y Bioy Casares, de la que toma la estructura formal y la pátina desmitificadora, Kay trama esta serie de relatos policíacos de extensión dispar y regocijo común.
El detective Shaum T. Lowell vive encerrado en el Hotel Europa ya que, por circunstancias que sería imprudente explicar aquí, su exocerebro se ha convertido en una de las habitaciones de dicho hotel, concretamente la 216. Viviendo entre su cerebro-habitación y la barra del bar del hotel, Lowell se encuentra con individuos que, en la mayoría de los casos, necesitan de su ayuda profesional sin ellos mismos saberlo. A cambio de una mínima remuneración (la justa para poder seguir viviendo en el hotel), Lowell resolverá todos los casos que se le presenten sin abandonar su posición acodada en la barra del bar. Siguiendo un método intuitivo y sistemático (ocho preguntas que, en principio, no parecen tener relación directa con el caso, y que además siempre son las mismas salvo la última), Lowell llega a la verdad oculta tras las turbias apariencias, dejando en evidencia al desprevenido cliente.
Compuesta por ocho capítulos/casos de distintas extensiones (Bromuro azul apenas tiene tres páginas, mientras que El abrigo ruso ocupa casi la mitad de las 140 páginas del volumen), funciona como Caballo de Troya de humor e inteligencia dentro de la mojigatería y tontería reinante en la época. Mucho más crítico con “los suyos” y con el rollito imperante, narrada con un estilo barroquizante y culto, la obra supera con sobresaliente la prueba del paso del tiempo, y vive más allá de su época y de sus circunstancias, convirtiéndose en una lectura atemporal e indispensable, no ya para conocer el lado oscuro de la Era de Acuario, sino para entender las contradicciones de la segunda mitad del siglo XX, que no fueron pocas. Cuarenta años después de su edición original, por fin disponemos de una excelente traducción al castellano. Ya no tienen excusa para obviar esta pequeña obra maestra del humor negro.