sábado, 26 de junio de 2010

Motivos salvajes de Luka Jerkovic

Drazan Brajnovic, Ivo Šeravić y ahora Luka Jerkovic, sin olvidarnos del pionero Eduardo Josipovic.
No sé si son nombre suficientes como para hablar de una corriente, de un movimiento de la literatura negra croata, de la misma forma que se habla de la literatura negra nórdica. Supongo que aún les falta un best-seller, porque prestigio en el círculo ya lo tienen. Para entendernos, ya tienen a su Mankel (el ya citado Josipovic, que viene publicando regularmente y con una media notabilísima desde mediados de los 80), pero les falta su Stieg Larsson, la figura mediática que los ponga en el mapa literario.
Pero, ¿hay una idiosincrasia croata, como para hablar de literatura negra croata? Siguiendo con el paralelismo nórdico, donde allí encontramos ese páramo helado que tan bien sirve de metáfora al noir más gélido, aquí no encontramos nada novedoso como grupo, ni en la forma ni en el fondo. Es decir, las novedades las aporta cada autor.
Luka Jerkovic es un jovencísimo escritor (Sibenik, 1981) que aporta frescura al género. Ésta es su segunda novela, tras Deslices minúsculos, un tomito que conjugaba un par de características a simple vista contradictorias: claustrofóvico y divertido.
El protagonista es sorprendente para una novela policíaca: Sandor Ranjina trabaja como bedel en un colegio de educación especial (para niños con retrasos mentales más o menos acentuados, para entendernos) de las afueras de Sibenik. En la ciudad aparecen muertos todos los integrantes de una familia, brutalmente asesinados. Como si mezcláramos las tramas de A sangre fría con la de Matar un ruiseñor (salvando las distancias, obviamente), se acusa a uno de los alumnos del colegio de ser el culpable de la carnicería. El único que cree en la inocencia del muchacho es Sandor Ranjina, y sus buenas razones tiene, confíen en mi, lo que le hace comenzar una "investigación" para sacar la verdad a la luz. Nunca una serie de despropósitos semejantes ayudaron a esclarecer un misterio. El final, inesperado y necesario, como exigía Aristóteles.
Con esta segunda novela Jerkovic da un paso al frente y se sitúa entre la vanguardia noir europea (o mundial, que narices), ya no sólo por su originalidad, por su insistencia en evitar los caminos hoyados por sus predecesores, sino por una calidad evidente, palpable e indiscutible para cualquiero que haya leído tres libros en su vida.
La acción se sitúa de nuevo en la pequeña ciudad de Sibenik, con epicentro en el Colegio San Quirino. Un accidente con el autobús escolar mata a un transeunte, un extranjero a quien nadie conoce. La principal diferencia con respecto a la novela anterior es que aquí el protagonismo es coral, no se centra en la figura Sandor, aunque éste sigue siendo el personaje principal. La trama se va desmadejando frente a nuestros ojos, o ante los ojos de varios personajes (en concreto 6), conformando una trama que sólo nosotros, los lectores, podemos vislumbrar en su totalidad. La resolución "oficial" del "misterio" no es lo importante, sino la distancia irónica con respecto a lo que nosotros sabemos que ha pasado.
Un libro soprendente, apasionante, escrito con un estilo engañosamente sencillo (cercano a un Neil Cross), y que cala mucho más hondo de lo que a simple vista pueda parecer. Se lo recomiendo personalmente.

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