sábado, 2 de junio de 2012

I started a joke de Eric Wittmann

Con esta novela titulada como una canción de los Bee Gees, Eric Wittmann inicia en 1970, no una broma, sino la gran saga de su celebrado personaje Pamphilus O’Silly, que comprenderá ocho novelas y una recopilación de relatos. Wittmann, interesante mezcla de alemanes, australianos y escoceses, estudia periodismo y literatura comparada en Londres en los muy movidos años sesenta, donde se codea con lo más granado del moderneo cultural: hace de chico de los recados para Joe Boyd, comparte ácidos con Syd Barrett y suelta discursos más o menos inconexos desde el escenario del Roundhouse… Tiene la suficiente previsión para dejar las drogas antes de que le frían el cerebro, como a muchos de sus colegas, y entra en plantilla de The Observer, donde trabajará en su sección local hasta su prematura muerte por problemas cardíacos en 1986. Paralelamente a su labor reporteril (de la que hay al menos un par de recopilaciones en inglés), discurre su obra narrativa, donde la serie protagonizada por Pamphilus O’Silly conforman la casi totalidad. Ciertamente, las aventuras de su héroe son tan dispares, su conjunto tan heterogéneo, que Wittmann no sintió la necesidad de buscar otros prados en que dejar pastar su libertad creativa. Aunque la serie después evolucionará hasta incluir influencias tan diversas como Kingsley Amis, J.G. Ballard, Lovecraft, el cine de Rohmer o Harald Scott, si nos centramos en este primer episodio, encontramos una trama de despertar sexual llena de un humor entre absurdo y sardónico, muchas veces realmente hiriente. Wittmann no muestra la menor compasión por su personaje, algo que será una constante en toda la serie: las humillaciones a las que se ve sometido Pamphillus en estos nueve libros no creo que tenga parangón en la historia de la literatura occidental; al menos de la que un servidor tenga conocimiento. Si tuviésemos que describir este primer libro, podríamos decir que es la crónica de un polvo postergado: al comienzo del libro Pamphilus y su esposa, recién casados y aún vírgenes, llegan al pueblo materno de ella para disfrutar de su luna de miel; pero sus planes (o al menos los de Pamphilus) son frustrados por la familia de su mujer, que someterán al matrimonio a un ritual que comprende baños comunales completamente desnudos y obras teatrales cargadas de resonancias antropológicas y sexuales hechos a base de sombras chinescas. Cuando su esposa comienza a comportarse como el resto de su familia, Pamphilus huye aterrado a Armenia, la primera parada en su viaje en busca de la cópula perfecta. En Armenia conocerá a Lark Poindexter, su compañero de fatigas durante el resto de la saga, y mi personaje favorito de la misma, un torrente verborreico que protagonizará hilarantes digresiones que amenazarán con comerse tramas enteras al más puro estilo Laurence Sterne. De hecho, el quinto libro, Paralell (sic) Lies es en su noventa por ciento una digresión de Poindexter. Una de las características más atractivas del personaje es que nunca se nos describe ya no pormenorizadamente, sino siquiera de forma somera: por no saber, no sabemos ni su apariencia, si es joven o anciano, si es alto o bajo… nada. Es un continente de historias, de opiniones, de requiebros narrativos que Wittmann aprovecha para hacer gala de su dominio técnico, como una especie de Joyce en ponche de ácido lisérgico. Uno de los muchos juegos de Wittmann con sus lectores consiste en llegar a la parte de la novela en la que hace la somera descripción de Poindexter, que funcionan como los cameos de Hitchcock en sus películas: un guiño intertextual. En este primer libro, Wittmann resume toda la idiosincrasia de Poindexter con esta frase: “Nunca había comido un coño porque eso implicaría estar callado dos minutos.” La simplicidad estructural de esta primera novela, prácticamente una sucesión de episodios anecdóticos sin casi un hilo argumental (en su momento algunos críticos la definieron como “anti-odisea”), no anticipa la complejidad de los siguientes capítulos (sobre todo a partir del tercero, Human Begginers), un trabajo de orfebrería donde cada pieza ocupa su lugar, y cada frase tendrá su razón de ser. A pesar de esto, cada libro puede disfrutarse por separado y el disfrute de la panorámica general sólo suma, no sustituye al disfrute de cada parte. Amaranda Ediciones prometen seguir con la publicación íntegra de la saga, siguiendo a finales de año con el segundo volumen, uno de los más crípticos, lúcidos y divertidos (del que tomó buena nota Grant Morrison, como ha admitido en varias ocasiones): La carpeta de los idiomas. Permaneceremos atentos a las estanterías.

lunes, 28 de junio de 2010

Uniformemente acelerado de Walter Ferrel

Este libro es un reloj y un metro.

Walter Freeman, gurú de la lobotomía, se despierta en una cabaña en mitad de un bosque, sin recodar cómo ha llegado hasta allí. En este libro, que escribe el personaje, plasma todo lo que descubre, conformando una espiral de tiempo y espacio con epicentro en la cabaña, e instante cero el momento en que abrió los ojos.

Como ya hemos dicho, este libro es un reloj y un metro.

El propio Freeman usa las páginas de este libro, pegadas una a continuación de otra, como galibo, como tope, como frontera de sus movimientos.

¿Parece confuso?

Eso es porque no estoy siendo capaz de plasmar en estas modestas líneas lo que ocurre en este libro con total fidelidad.

En realidad es MUY confuso.

Para liarla, en el límite de sus movimientos, Walter encuentra el cadáver de una adolescente, desnuda y con la sangre drenada.

Encuentra también otra cabaña idéntica a donde despertó. Idéntica hasta en el último detalle, incluido cierto científico que yace dormido y que al despertar no recuerda cómo ha llegado hasta allí.

La única diferencia: un barril lleno de sangre.

Este libro se estructura con formulaciones matemáticas.

Ciertas magnitudes varían de forma continua, mientras otras lo hacen de forma discreta o discontinua, es una de ellas.

Pero la más importante, la que verdaderamente estructura toda la obra es la siguiente: la teoría cuántica nos habla de la probabilidad de que un suceso dado acontezca en un momento determinado, no de cuándo ocurrirá el suceso en cuestión.

Walter Ferrel, profesor de física cuántica en la Vanderbilt University, ha creado con esta su primera incursión en la ficción un objeto único, un híbrido entre la matemática y la literatura cuyo único parangón sería la Matemática demente de Lewis Carroll. Esta narración avanza a golpe de paradojas y repeticiones (en realidad reformulaciones), que cristalizan en un texto de una perfección formal que uno creería imposible si uno no lo estuviera leyendo. Todo, y quiero decir TODO, adquiere su lugar en esta gran fórmula matemática en forma de novela breve.

Y no, al final no es un sueño.

Y no, al final no están muertos.

Y no, no es una cosa grave y aburrida. Es uno de los libros más divertidos que he leído esta temporada.

Y sobra decir que uno de los más atípicos que he devorado en toda una vida de lector compulsivo.

Y supongo que como lector compulsivo uno agradece estos desvíos del camino principal, por variar el paisaje, por cambiar de vistas. Pero no querría que se quedasen con la falsa impresión de que el único valor de este libro es su rareza. Dramáticamente es canónico, y literariamente alcanza altos vuelos.

Como Francois Toussaint escribiendo al dictado de Borges, ouija mediante, mezclando realidad y ficción (Walter Freeman es una figura real, y mucho de lo que se describe en el libro sobre su vida también fue real; otra buena parte, obviamente, no), Ferrel nos sumerge en un universo literario inédito, una tierra de nadie fascinante y peligrosa. Peligrosa porque uno corre el riesgo de no querer regresar.

Nota especial para la edición española de Caterpillar, exquisita, incluyendo la traducción, nada sencilla.

sábado, 26 de junio de 2010

Motivos salvajes de Luka Jerkovic

Drazan Brajnovic, Ivo Šeravić y ahora Luka Jerkovic, sin olvidarnos del pionero Eduardo Josipovic.
No sé si son nombre suficientes como para hablar de una corriente, de un movimiento de la literatura negra croata, de la misma forma que se habla de la literatura negra nórdica. Supongo que aún les falta un best-seller, porque prestigio en el círculo ya lo tienen. Para entendernos, ya tienen a su Mankel (el ya citado Josipovic, que viene publicando regularmente y con una media notabilísima desde mediados de los 80), pero les falta su Stieg Larsson, la figura mediática que los ponga en el mapa literario.
Pero, ¿hay una idiosincrasia croata, como para hablar de literatura negra croata? Siguiendo con el paralelismo nórdico, donde allí encontramos ese páramo helado que tan bien sirve de metáfora al noir más gélido, aquí no encontramos nada novedoso como grupo, ni en la forma ni en el fondo. Es decir, las novedades las aporta cada autor.
Luka Jerkovic es un jovencísimo escritor (Sibenik, 1981) que aporta frescura al género. Ésta es su segunda novela, tras Deslices minúsculos, un tomito que conjugaba un par de características a simple vista contradictorias: claustrofóvico y divertido.
El protagonista es sorprendente para una novela policíaca: Sandor Ranjina trabaja como bedel en un colegio de educación especial (para niños con retrasos mentales más o menos acentuados, para entendernos) de las afueras de Sibenik. En la ciudad aparecen muertos todos los integrantes de una familia, brutalmente asesinados. Como si mezcláramos las tramas de A sangre fría con la de Matar un ruiseñor (salvando las distancias, obviamente), se acusa a uno de los alumnos del colegio de ser el culpable de la carnicería. El único que cree en la inocencia del muchacho es Sandor Ranjina, y sus buenas razones tiene, confíen en mi, lo que le hace comenzar una "investigación" para sacar la verdad a la luz. Nunca una serie de despropósitos semejantes ayudaron a esclarecer un misterio. El final, inesperado y necesario, como exigía Aristóteles.
Con esta segunda novela Jerkovic da un paso al frente y se sitúa entre la vanguardia noir europea (o mundial, que narices), ya no sólo por su originalidad, por su insistencia en evitar los caminos hoyados por sus predecesores, sino por una calidad evidente, palpable e indiscutible para cualquiero que haya leído tres libros en su vida.
La acción se sitúa de nuevo en la pequeña ciudad de Sibenik, con epicentro en el Colegio San Quirino. Un accidente con el autobús escolar mata a un transeunte, un extranjero a quien nadie conoce. La principal diferencia con respecto a la novela anterior es que aquí el protagonismo es coral, no se centra en la figura Sandor, aunque éste sigue siendo el personaje principal. La trama se va desmadejando frente a nuestros ojos, o ante los ojos de varios personajes (en concreto 6), conformando una trama que sólo nosotros, los lectores, podemos vislumbrar en su totalidad. La resolución "oficial" del "misterio" no es lo importante, sino la distancia irónica con respecto a lo que nosotros sabemos que ha pasado.
Un libro soprendente, apasionante, escrito con un estilo engañosamente sencillo (cercano a un Neil Cross), y que cala mucho más hondo de lo que a simple vista pueda parecer. Se lo recomiendo personalmente.

jueves, 22 de abril de 2010

Serie B de Desmond Tichy

Simon Archer es una joven de 20 años, ciego de nacimiento, que vive una existencia rutinaria atrapado como una pelota de tenis entre su casa y la escuela especial para invidentes. Pero de pronto todo, y cuando digo “todo” quiero decir “TODO”, cambia cuando una noche sueña que ve. O mejor dicho: cuando una noche ve en sueños.

Después del desconcierto inicial comprende que sus sueños siguen una pauta, una continuidad: sus sueños conforman una narrativa fragmentada por las vigilias, y esa fragmentación hace que siempre se detengan en el mejor momento, como clifhangers desesperantes. Simon decide entonces tomar una sobredosis de somníferos para llegar al fondo del asunto.

Mientras su cuerpo permanece en coma, al borde de la muerte cerebral, su mente conoce a Glasgow, una alocada muchacha que primero trastocará todas las creencias de Simon, para después abrirle los ojos (nunca mejor dicho) a una nueva realidad más real que la vida.

Capa tras capa, el mundo de Simon va mutando en una suerte de viaje al fin de la noche, al fin de la cordura. En tiempo real asistimos a este viaje iniciatico de Simon a través de historias inconclusas, de retazos de géneros narrativos que nunca han existido, al menos no en este mundo, un viaje a través de la fantasía mientras su cuerpo, real y pesado como un ancla, languidece en su lecho.

La mala noticia para Simon es que el sueño pronto deviene en pesadilla. La buena noticia para nosotros es que la lectura de sus desventuras nos va a dejar pegados al libro hasta que lleguemos a la última página.

Fantástica esta nueva novela de David Botwin que, como todas sus obras de ciencia ficción (o lo que demonios sea que haga este hombre) firma con el seudónimo de Desmond Tichy, lo que dice mucho de su amor por la obra del maestro Stanislaw Lem. La verdad es que, de todas sus novelas fantásticas, esta es la que más se parece en estructura e intenciones a los Diarios de las estrellas del soviético, salvo que aquí el conjunto se asemeja más a una novela fragmentada que a una recopilación de relatos. Se aprecia también la influencia (la sombra casi ineludible en los tiempos que corren) de Philip K. Dick, esa lucha entre lo real y lo no real, entre la paranoia y la cordura, entre el cuerpo y la mente.

A pesar de todo lo dicho, la obra de Botwin-Tichy es de una originalidad tan patente, tan palpable, casi tan insultante, que hablar de influencias suena casi baladí. Lo mejor es dejarse llevar por el tifón de situaciones inesperadas que nos brinda el británico, la tormenta de tramas rocambolescas siempre a un paso de la descomposición que hilvana párrafo a párrafo. Ese paso que separa lo acomodaticio de lo terrorífico. Porque, por encima de todo, la obra de Tichy nos habla de nuestro miedo más atávico: el miedo a dejar de ser nosotros mismos.

Para leer entre risas nerviosas.

martes, 26 de enero de 2010

Limpiafondos de Brian B. Grimbly

Zico es un pez limpiafondos que se pasa el día aspirando el suelo del acuario en busca de los restos de alimento que se le hayan pasado por alto al resto de sus compañeros peces. Afuera, en la casa, algo ha pasado: los gritos y los portazos hacen vibrar el cristal del acuario y se convierten en hondas que atraviesan el agua.
Zico, en el fondo del estanque, piensa en todo esto y al instante pasa a otra cosa.
Tiene memoria de pez, después de todo.
Pero alguien, una de esas personas que viven en la casa, se acerca al acuario y deja caer algo en su interior. Algo pesado, romo, con la superficie iridiscente. Algo que cambia el statu quo del acuario: los peces de la superficie, el banco de la zona intermedia, la pandilla de detrás de la planta, el anciano del cofre del tesoro… todos, por primera vez, se sienten atraídos por una misma cosa.
Zico, de natural independiente, se ve envuelto sin pretenderlo en medio de luchas intestinas por la posesión del extraño y precioso objeto, y con él del poder de los trescientos litros de agua del acuario. Inicia paralelamente una investigación contrarreloj para resolver el misterio de lo que ocurre afuera, que intuye estrechamente relacionado con la llegada del objeto al fondo del acuario.
Contrarreloj porque en breve olvidará todo lo que sabe, todo lo que intuye y todo lo que sospecha.
A medio camino entre La cosecha roja de Hammett, El extraño caso del perro a medianoche y Memento, esta ópera prima del escocés Brian B. Grimbly nos sumerje (perdón por el chiste) en un misterio aparentemente banal y obvio, pero que pronto se transforma en un viaje a lo impredecible, lleno de un humor extraterrestre (cercano, sólo a veces, a Terry Pratchett) y resonancias y ecos subacuáticos como si estuviésemos leyendo el libro bocabajo.
Una de las lecturas más frescas y sorprendentes de la temporada. Muy recomendable.

martes, 22 de diciembre de 2009

Nubes del Ártico de Urbano Lafont

Un libro dentro de un libro.
Albano es un metereólogo en una base del ártico. Su misión, descifrar el mensaje oculto de las nubes del ártico (es un decir), y medir su influencia en la meteorología del resto del globo; articular, en definitiva, la teoría del caos.
Las nubes son fractales en varios aspectos: en su perímetro, en su forma, en su densidad y en la luz que reflejan. Lafont usa esta plantilla estructural para articular su narración, para articular el caos.
Mientras el protagonista lee en el cielo, escribe su propio libro, un intento de best-seller para que su estancia de tres años en el ártico no sea en balde:
Tromso, Noruega. Una serie de desconocidos son contratados para participar en una expedición al ártico. El destino y naturaleza exacta de lo que van a hacer es una incógnita.
Un matemático, una lingüista, un teólogo, un arqueólogo.
En una base secreta del gobierno noruego les muestran un texto arcano que pone patas arriba las concepciones religiosas y científicas más asentadas en nuestra cultura (y parte de otras). Un descubrimiento tan asombroso que destapa a la historia de la humanidad como una serie de despropósitos, de chistes sin gracia.
Es fundamental, primero, verificar la autenticidad del texto antes de sacarlo a la luz; y segundo, la veracidad de los datos que desglosa.
En el libro de Urbano Lafont se van alternando los capítulos de su libro (los impares) y los del libro de Albano (los pares). La gracia: ambos libros continúan aunque nosotros no los podamos leer, es decir, mientras leemos el capítulo 4, que pertenece al libro de Albano, existe un capítulo 4 del libro de Urbano que nosotros nunca leeremos, y que se convierte en una elipsis entre los capítulos 3 y 5.
Esta alternancia hace que la lectura sea al principio ligeramente confusa y uno se encuentre desorientado. Pero a medida que las narraciones avanzan, sus tramas se van engarzando hasta que una es la continuación natural de la otra, en un juego de espejos, de significados, repeticiones y rimas que lo convierten en un descubrimiento y un gozo continuos.
Al final, todos los misterios (menos uno) se resuelven, todos los textos (el de las nubes, el hallado en el ártico, el de Albano y el de Urbano, que los engloba todos) nos son revelados y, bueno, todo es demasiado autoconsciente y desmitificador como para convertirse en un best-seller en el mundo real.
Para los que vivimos en el mundo irreal, un festín.
Tercera novela de Urbano Lafont, que como Robocop es mitad español, mitad fracés, todo escritor. Un escritor que bebe de Danilo Kiš, de Borges, de Brasser, de Auster… pero sobre todo, de Lewis Carroll. Si aquel escribió su Matemática demente, este tomo de Lafont bien podría titularse Meteorología demente.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Barbour Mountain de Peter's Stillwater Revenge


Desde su Louisville (Kentucky) natal, Peter Smith aprovecha sus ratos libres (es bibliotecario) para reescribir clásicos del rock al pie de la letra pero con su propia y personal caligrafía. En una entrevista en el fanzine Proxo Martian explicaba su modus operandi (disculpas por la penosa traducción):
"Elijo un disco de mi colección y lo reproduzco a través de los auriculares (...). Mientras escucho las canciones voy haciendo sonar instrumentos y los voy grabando por pistas. (...) Nunca escucho el conjunto hasta el final, y entre una toma y otra dejo pasar días, incluso semanas, hasta que olvido qué he grabado en cada canción. ¿Metí ya la batería en ésta? ¿No he grabado ya un solo de dulcimer para esta otra? (...) La letra la improviso sobre la marcha; desde siempre he tenido una gran facilidad para crear rimas de la nada."
¿Qué queda de los originales? "A parte de la duración de los temas, cierta cadencia rítmica y alguna resonancia de los estribillos." Escuchados un par de discos, me atrevería a decir que sólo la duración de los temas, pero bueno...
El conjunto, por extraño que parezca, guarda cierta coherencia estilística (si entendemos la incapacidad técnica como estilo, claro) y temática. Cada obra al final es una pequeña ópera rock que, en lo musical, parece descomponerse al contacto con el aire, antes de llegar a nuestros oídos; y en lo temático da vueltas y más vueltas sobre obsesiones tan particulares, tan personales, tan nimias, que uno no puede más que sentirse identificado. Por ejemplo, en su reescritura del Ocean Rain de Echo & The Bunnymen (Answer Pain de Elmo & The Marmalades en su versión), nos habla de una tarde de pesca en que se clava un anzuelo entre dos dedos y repasa mentalmente los métodos para extraerlo sin dolor, conformando una fábula aterradora sobre la falta de responsabilidades al que la sociedad actual nos ha abocado (o algo así).
El resultado bascula entre la cacofonía más o menos articulada y el paisaje sonoro, entre el krautrock metronómico y una especie de folk de frenopático. Hipnótico y apasionante, una experiencia sónica realmente rica, sin la necesidad de recurrir al paternalismo que muchos defensores de estos outsiders enarbolan por bandera. Peter Smith se defiende muy bien él solo.