lunes, 12 de mayo de 2008

Crepúsculo de Lloyd Kessner

El 17 de Diciembre de 1903 dos hermanos constructores de bicicletas, Wilbur y Orbille Wright, se dirigen hacia Kitty Hawk para probar su nuevo invento: el “Flyer I”, un aeroplano de su invención. Pero un desgraciado accidente al precipitarse por un barranco que concluye con la muerte de Orbille, impide que puedan perfeccionarlo. Esto causa que mejoras que habían ideado, como el túnel aerodinámico para probar sus maquetas o el sistema de dirección mediante “alerones”, caigan en el olvido, congelando unos años la historia de la aviación. Comienza así la edad de oro de los grandes dirigibles. Con la I Guerra Mundial en ciernes y viendo el potencial que representa la guerra en el aire, las principales potencias mundiales invierten todos sus recursos en los zeppelines, invento relativamente reciente pero mucho más seguro, a priori, que los primitivos aeroplanos, todavía demasiado inestables y frágiles. Los cielos se cubren, entonces, de enormes leviatanes volantes armados hasta los dientes, auténticos destructores del aire.
La guerra ruso-japonesa de 1904-1905, que concluye con la derrota de la Flota Naval del Pacífico en la batalla de Tsushima, la mayor batalla naval desde Trafalgar, sumado a la destrucción de la flota del Báltico y la creciente crisis económica, son la antesala de una inminente revolución en el seno del régimen soviético. El motín de los marineros del Potemkin y el incidente de Odessa dan comienzo a la Revolución de 1905. El 28 de Junio de 1914 estalla la Gran Guerra. Unos meses más tarde, tratando de aprovecharse de las secuelas que la revolución dejó a los rusos, Alemania, principal potencia aérea debido a su liderazgo en la fabricación de zeppelines, desplaza varios destructores y fragatas aéreas a la frontera rusa, capitaneados por la nave insignia “Biskmarck II”. Los rusos a duras penas contienen el avance alemán. La batalla de Varsovia será recordada como el Trafalgar del Aire; aunque la victoria fue para Rusia, numerosas naves de su flota aérea fueron destruidas, dejando a las fuerzas rusas considerablemente mermadas. Tiempo después y debido a la participación de Rusia en la Guerra, la inquietud de los ciudadanos rusos, y las ideas del revolucionario Lenin comienzan a hacer mella en la moral del pueblo, ansioso por acabar con el régimen zarista. Los rusos necesitan una victoria a toda costa, para subir la moral de sus ciudadanos y acallar los rumores de una nueva revolución. El almirante Alexei Stukov, oficial al mando del “Imperator Nikolai”, un destructor aéreo de la armada, y al mando de la flota aérea rusa, recibe órdenes de investigar una extraña factoría alemana detectada por uno de los dirigibles de observación de la armada del Zar. Corre el rumor de que los alemanes están a punto de comenzar la fabricación de una nueva arma que puede inclinar la balanza de la guerra definitivamente, un arma capaz de dejar obsoletas a todas las aeronaves de la flota mundial…
El británico Lloyd Kessner alcanza su madurez literaria con este voluminoso y denso tomo, una apasionante y detallada distopía que engarza detalles reales y ficticios con precisión de relojero. La osadía ya le ha valido un par de nominaciones de peso (a los premios Dexter y a los Lonston University), y unas ventas más que decentes en el mundo civilizado. Algunos han llegado a señalar que se trata de la mejor distopía desde El hombre en el castillo de Philip K. Dick, y aunque eso ya me parecen palabras mayores, no seré yo el que le reste valía a esta obra. Mezclando géneros tan dispares como la novela de espionaje, la literatura de difusión científica, la crónica periodística o el relato histórico, Kessner va tramando un mosaico complejo pero nada árido, siempre primando la fluidez narrativa por encima del exhibicionismo virtuosista. En resumidas cuentas, una obra de una calidad literaria muy por encima de la media, reveladora a la par que entretenida. No sé ustedes, pero yo no sé que más pedirle a 680 páginas.

No hay comentarios: