
El belga Jacques Christin da un giro a su carrera narrativa (es poeta además de novelista) alejándose del realismo mundano en clave noir heredado de Georges Simenon para escribir su obra más personal e inclasificable hasta el momento. Por la editorial que lo publica en España uno podría aventurar que se trataría de una obra de género negro, más o menos ortodoxa. Y como tal comienza: las sesenta primeras páginas nos sumergen en una trama bipolar, con dos protagonistas que se van alternando hasta que uno de los dos desaparece y ambos se convierten en uno y el mismo. A medio camino entre Psicosis y Lost Highway de Lynch, el resto de la trama parece soñada más que vivida, sobrevolando un aire de irrealidad y extrañamiento que desconcierta y fascina a partes iguales. Tan frío que quema, el estilo de Christin se abre camino hasta las entrañas de los personajes como un cuchillo de carnicero, arrojando luz sobre rincones que suelen vivir a oscuras. No es, como entenderán, una lectura complaciente. Exige la máxima atención por parte del lector para encontrar las claves que se encuentran ocultas en los lugares más inesperados. La recompensa vale la pena.
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