
Esta sugerente novela del norteamericano Beatty comienza como un episodio de Twlight Zone para luego sumergirnos en una trama magnética, de protagonismo coral, repartida entre un policía forense, una doctora, dos familiares y un vecino de los fallecidos. La novela funciona mejor cuando el protagonismo radica en estos tres últimos, sobre todo en el caso del vecino: en la casa de al lado toda la familia ha muerto mientras en la suya no, aparentemente sólo porque su casa no pertenece a la calle Grover. La grandeza de la obra estriba en que funciona perfectamente como alegoría de la relación entre el primer y el tercer mundo, pero sin desatender en ningún momento la trama de misterio: efectivamente, por debajo de todos los dramas y confusión que reina en las vidas de los protagonistas, fluye el misterio de qué les ha sucedido a los habitantes de la calle Grover. La resolución quizás dejará a más de uno insatisfecho, pues lejos de ser fantástica, apuesta por la plausibilidad. Lejos de un deus ex machina, todo adquiere sentido pues todos los elementos se encauzan hacia ese final, que funciona como una bofetada que nos devuelve a una realidad mundana y demasiado prosaica. La moraleja parece ser que vivimos en un mundo gris y triste dominado por el azar, a lo que algunos se empeñan en llamar magia. Desolador final para una novela que se lee con fruición.
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