viernes, 4 de abril de 2008

Aleación de Naoki Sekikawa

Jiro Urasawa es un apocado y mediocre estudiante de química que inicia su segundo curso en una universidad pública de segunda categoría en Tokio. Nadie espera gran cosa de Jiro, él mismo el primero. Por problemas con una beca debe abandonar el colegio mayor e instalarse en un diminuto y oscuro apartamento lejos del campus. Allí, más por aburrimiento que por otra cosa, comienza a mezclar algunos de sus fluidos corporales con ciertos productos químicos, resultando de la mezcla un extraño material sellador. Tras sintetizarlo y patentarlo, lo presenta a una multinacional que lo recibe como un sustituto perfecto para los corchos de las botellas. Jiro firma un contrato millonario por la patente, pero al volver a su apartamento a recoger sus pertenencias es acosado por un matón al que había pedido un préstamo. Asustado, usa su extraña aleación para sellar la puerta, quedándose atrapado dentro del apartamento él solo. Bueno, solo hasta que por la mañana aparece una hermosísima joven, el ideal de Jiro en todos los sentidos, hasta que comienza a salirle un bulto en medio de la cara, estropeándolo todo.
El veterano Naoki Sekikawa (Kove, 1943) desconcierta de nuevo con una historia llena de giros impredecibles y situaciones entre alegóricas y surrealistas, bordeando el peligroso filo entre los sublime y lo ridículo. Sus novelas siempre parecen habitadas por personajes hieráticos que aceptan los envites de la vida con estoica resignación. Con su habitual prosa concisa y seca, Sekikawa puede dejar frío a más de un lector recién llegado. Efectivamente, no es una lectura cálida ni agradable, sino que busca premeditadamente una artificiosidad distanciadora: el autor es consciente de que está creando un artefacto, y el lector ha de ser cómplice en este juego. Sekikawa abre la tapa del reloj dejando al descubierto sus entrañas, su maquinaria desnuda. Quizás sea una obra que sólo interese a “relojeros” o masoquistas, pero los que nos encontramos en uno de estos “gremios”, disfrutaremos de su lectura como un perro royendo un hueso hasta el tuétano.

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