viernes, 11 de abril de 2008

Descartes de Antonio García Lozano

No es ésta una biografía sobre el filósofo francés, sino una colección de relatos que funcionan como una unidad, o bien una novela con capítulos independientes. El propio autor no ayuda mucho a aclarar el tema desde una premeditadamente confusa introducción, que por otro lado invita al regocijo y predispone a acomodarte en tu sillón favorito y dejarse llevar. La obra, nos dice García Lozano, nace como réplica y pataleo contra la editorial Desdémona (imaginaria hasta donde nosotros sabemos), que publica en 2004 una novela titulada Contradicciones Eléctricas bajo su nombre. Como él no recuerda haber escrito esa obra, a pesar de salir su nombre en la portada, su fotografía en la solapa, y recibir ingresos de los royalties en su cuenta religiosamente, decide llevar a la editorial a juicio (sobre todo porque, una vez leída la obra, le parece mediocre). Ganado el pleito, García Lozano recibe una indemnización millonaria por suplantación de identidad, que lleva a la quiebra a la editora, y que le permite comprarse una casita en el campo. Ya instalado encuentra, en los cajones de un viejo escritorio, unos pliegos titulados “Descartes de las Contradicciones Eléctricas, por A. García Lozano”. Sin hacerse más preguntas existenciales de las pertinentes, el bueno de Antonio se lee el manuscrito y decide que su calidad es muy superior a la de la obra original, y que merece ser publicada. La editorial murciana Quinqué recoge el guante lanzado por García Lozano y publica el texto tal cual, reduciendo el título a Descartes, y sin incluir foto en la solapa (por lo que pueda pasar). Hasta aquí la introducción.
La obra, efectivamente, parecen una serie de descartes, de partes de un todo que sólo podemos intuir, más lúdico que metalingüístico, frente a lo que pueda parecer por lo anteriormente dicho. Algunos de los capítulos, para que se hagan una idea, llevan por título: Segunda parte del tercer capítulo, Cuando se le acabó el lápiz de labios, Piernas dormidas, Buscando el coche en el parking del hipermercado, Interludio sentimental, El jersey manchado por detrás, Dueños de perros hablando de perros, Cejas de velcro, Sueños de sexo y ancianos, Otra vez el mismo olor, etc. Hay un interés evidente, quizás demasiado, del autor por resultar simpático y original, consiguiéndolo sólo a medias. Pero la obra entretiene y proporciona más de una, y de dos, carcajadas por capítulo. Y al final, de nuevo frente a lo que pueda parecer por lo dicho, la obra encierra un misterio velado, una sensación de secreto que se nos oculta y que todos los demás parecen saber, dejando un poso más amargo de lo que la lectura de cada capítulo por separado podían hacer prever. La obra juega a ser la imagen especular de otra quizás sólo imaginada, de ser la positivación de un negativo inexistente. Como imagen espectral ha de entenderse y leerse. Al final, mucho más que un divertimento.

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