viernes, 4 de abril de 2008

Hiperespacio de Kristine Fischer

Kristine Fischer nunca ha sido una escritora convencional. Sus novelas son difíciles de enmarcar en un género o en una corriente. Siempre parece caminar por una ruta alternativa a la del resto de la humanidad (que se dedica a escribir libros), a veces en paralelo, a veces en ángulos divergentes que ofrecen extrañas sombras y juegos de luces. Con esta novela nos encontramos con un caso particular dentro de su particular carrera, pues se trata de la primera vez que el peso argumental recae en un protagonista masculino, desapareciendo las sempiternas y cansinas alusiones de la crítica más apolillada a que se traten de obras autobiográficas (curioso que esto suceda sobre todo cuando las autoras son mujeres). Por lo demás, no hay mucha diferencia entre ésta y cualquiera de sus novelas anteriores; quizás se decante un poco más de lo habitual por la pura ciencia ficción, pero siempre como un zumbido de fondo, como un diseño difuminado, apenas entrevisto. O sea, siempre como excusa.
La novelita se lee de una sentada, y narra en tiempo real un susto de media tarde en la vida de un cretino, Charlie Denton, un tonto que no sólo asume su estupidez sino que se regodea en ella. La novela bien podría titularse hiperdespacio, pues el punto de partida consiste en que la lentitud mental de Charlie con respecta al resto de la humanidad lo ancla en un espacio intermedio entre lo que llamamos “nuestra realidad” y cualquier otra del multiverso. Atrapado en una tierra de nadie sin que parezca importarle lo más mínimo (¿ya hemos mencionado que es tonto?), contará con la ayuda inestimable de un Isaac Asimov que regenta una tienda de cuños y un Franz Kafka con principios de alzheimer (parte de un grupúsculo secreto denominado Los Intermediarios, protagonistas de la siguiente obra de Fischer), para volver a su realidad (o a otra completamente distinta, tampoco le importa).
Las referencias metaliterarias son continuas y jocosas para cualquier lector con un mínimo de bagaje, y como historia paralela de la literatura occidental moderna sería un buen compendio. Fischer habla de una estructura calcada a la de Los Viajes de Gulliver, y razón no le falta (salvando las distancias). Cada capítulo es una parada en el viaje de Charlie y sus compañeros, atrapados en una ficción dentro de una ficción dentro de una... bueno, supongo que ya lo han pillado. Como en la genial obra de Swift, Fischer usa la ironía y la sátira para reírse de todos, empezando por los poderosos y acabando por los bufones, los entretenedores que, como ella, crean fuegos de artificio para el disfrute de los demás. Al final, por supuesto, hasta el lector saldrá escaldado, dejando un regusto amargo en el paladar, pero al mismo tiempo admirando la valentía de una autora que no tiene miedo a decir lo que piensa, le pese a quien le pese.

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