viernes, 28 de marzo de 2008

Aquellos que vieron la oscuridad de Pedro García y Simientes

El autor burgalés (1867-1914), ejerció la abogacía para ganarse la vida y practicó la literatura para hacerla soportable. Antes de darse muerte escribió y publicó una buena colección de relatos (cerca de cincuenta), y seis novelas. No es un legado especialmente voluminoso, pero sí de una calidad extraordinaria que hace más incomprensible su poco reconocimiento en nuestro (y su) país. Baste decir que existen más obras suyas disponibles en lengua inglesa que en castellano. Así, a bote pronto, recuerdo dos relatos (El gusano de las entrañas y el soberbio Los puñales romos, una maravilla de 18 páginas que me introdujo en su particular universo) publicados en sendas recopilaciones de Valdemar, y una breve novela, Doscientos kilogramos, publicada por Ediciones La Espina a mediados de los noventa. Lo demás, por desgracia, permanece descatalogado desde hace décadas (con suerte y paciencia podréis encontrar alguno de sus librillos publicados por la Editorial Fontamara en librerías de viejo). Pero llegan los benefactores de Umbra para poner remedio al despropósito, pues más que editores parecen superhéroes. Prometen ir publicando con cuentagotas, dentro de sus posibilidades, la obra de este genio semidesconocido de lo macabro, y pionero del género terrorífico (en un amplísimo sentido del término) en nuestra lengua.
García y Simientes, lector incansable de Allan Poe (lo que ya nos habla de un carácter especial), comienza sin embargo a escribir tras la lectura de The Parasite (1894), de Conan Doyle. Se trata de un relato de apenas 60 páginas, donde el escritor escocés formula su visión particular del vampirismo, un poco en la línea de lo que ya hiciera Maupassant siete años antes en Le Horla, en plena fiebre de esta temática que culminaría con el Drácula de Stoker en 1897. Sin ser El Parásito una de las obras más memorables del creador de Sherlock Holmes, por alguna razón activa la espoleta de escritor en ciernes que García y Simientes mantenía latente en su cabeza, y a una edad relativamente tardía de 28 años comienza su carrera literaria. Su primera novela, Las trompetas de la muerte, sigue la estructura en forma de diario de El Parásito, y nos presenta a un misterioso noble que vampiriza (más metafórica que físicamente) a su criada y a la hija de ésta, “autora” material del diario. La deuda con la obra de Conan Doyle es demasiado evidente, y todavía hay cierta indeterminación en la temática y los personajes. A pesar de ello hay pequeños hallazgos, breves pasajes que todavía hoy siguen resultando turbadores, como escritos en medio de delirios febriles. El mismo García y Simientes comprende que aún no está maduro para una obra de esas dimensiones, y decide fajarse con un puñado de relatos antes de emprender su próxima novela. En estas obras breves encontramos sus primeros trabajos imprescindibles, caso de A través de los siglos, El cuerno inglés o la ya citada Los puñales romos, uno de los mejores relatos fantásticos de la época, en cualquier lengua. Publica con cierta regularidad en revistas especializadas, incluso británicas (él mismo traducía sus escritos, pues poseía un gran dominio del inglés), como Amazing Crimes o Dark Room’s Stories, con el pseudónimo de Pieter Seems.

Su segunda novela, la que nos ocupa, muestra ya una madurez y un dominio del oficio magistrales. Tras un título tan rimbombante, García y Simientes nos narra, en una inquietante primera persona y con un tempo perezoso, la vida de Abel Velasco, un octogenario abogado retirado, que emprende desde su lecho de muerte, con su último resquicio de lucidez y en tiempo real, un viaje de regreso mental, a modo de flashback, hasta el mismísimo vientre materno de su madre. Comprende, y nosotros con él, que su existencia no ha discurrido por el camino que él creía haber transitado. Atando cabos descubre aterrado que él es uno de los autores (involuntario, pero autor) de ciertos crímenes infectos (que no precisaremos aquí para no destripar la lectura de la obra) que llegó a vengar con gran ensañamiento tiempo atrás. Las últimas páginas, con la confesión al sacerdote (más implicado, ejem, en los crímenes de lo que el narrador cree en un principio) y la revelación en la que el propio Velasco comprende que ha estado parasitando su propio cuerpo, resultan estremecedoras, hermosas y cargadas de un misterio todavía insondable a día de hoy. Como un exorcismo del propio autor, la novela funciona como la confesión de un alma atormentada, que terminaría sus días desesperado, degollándose a sí mismo (no se me ocurre un modo de suicidio más terrible).
García y Simientes bebe de la tradición anterior, sobre todo de su adorado Poe (aunque, paradójicamente, la novela bien podría haberse titulado El Parásito, a pesar de no mantener ya ninguna deuda con el relato de Conan Doyle), y del romanticismo; pero también es muy de su época (1903), con las teorías freudianas tan en boga. Es una obra, por tanto, con un hondo peso psicológico, donde la descripción del protagonista no es que tenga importancia en la trama, sino que es la propia trama. Profundamente nihilista y descorazonadora, se adelanta décadas a hallazgos de autores tan aparentemente alejados del género fantástico como Samuel Beckett (quizás se me vaya un poco la neurona, pero hay pasajes que recuerdan poderosamente a El innombrable, pero en clave gótica).
La oportunidad que nos brinda la editorial Umbra de conocer una de las mejores obras de este genial pionero del fantástico no debería caer en saco roto. Espero que la edición (limitada, como todas las suyas) no acabe criando polvo en las estanterías de las librerías.

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