lunes, 31 de marzo de 2008

99 Clavos de Graham P. Redford

Novelas sobre psichokillers las hay para llenar palés; novelas como ésta de Graham P. Redford se pueden contar con los dedos de una mano tullida. Basada parcialmente en la historia real de Burton Kennedy, que asesinó salvajemente a 16 personas en el verano de 1967 (el verano del amor, efectivamente), esta breve novela se estructura en 99 pequeños capítulos, algunos de apenas un párrafo, donde Redford nos introduce en la mente del asesino y nos narra en primera persona sus vicisitudes desde que se traslada a Oregon hasta que comienza con su particular carnicería. Tirando de hemeroteca y de entrevistas con el propio Kennedy (que todavía cumple cadena perpetua), Redford nos entrega una obra a medio camino entre la ficción y la realidad, desde el punto de vista dislocado de un enfermo mental (esquizofrenia agudizada por el uso de L.S.D.), que logra meter el miedo en el cuerpo al lector con su descripción de una mente en el límite de lo soportable, que necesita recrear el apocalipsis para que sus visiones, y su vida, tengan sentido. Como si de un Dennis Cooper heterosexual se tratase, Redford analiza a través de su nítida lupa hasta el último vericueto del cerebro de Kennedy, intentando encontrar el error y la causa, si la hay, de tal barbarie.
La segunda mitad de la novela se centra en los crímenes en sí. Ya no hay espacio para la reflexión, ya no hay tiempo para detenerse: cada palabra es como una cuchilla de afeitar que se desliza por nuestro cuerpo, desgajándolo limpiamente. Las descripciones de los asesinatos se leen con el estómago en tensión, con los ojos entornados. No parece una novela para ser leída a plena luz del día, sino que busca la penumbra, busca la complicidad en el zumbido eléctrico de una bombilla. La explicitud fría y distante lo aleja del gore al uso; no se recrea en lo escabroso, sino que lo escabroso brota de forma natural como los gusanos de un cuerpo descompuesto. Fuerte apuesta de la de la santanderina Ediciones Roma, más interesada en el rigor que en el morbo. No van de farol, así que habrá que tomárselos en serio.

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