miércoles, 19 de marzo de 2008

La confabulación de Richard M. Keith

Keith, habitual colaborador del New Yorker en las tres últimas décadas, y autor de una apasionante biografía de John Wayne (inexplicablemente inédita en nuestra lengua), se lanza ahora a una obra faraónica e ímproba: una autobiografía en diez (sí, 10) volúmenes, del que éste es el primero, aunque pronto le seguirá el segundo, El velatorio, también de la mano de Ediciones La Cometa, unos de nuestros particulares héroes que, desde Aljaraque (Huelva), vienen brindándonos unas deliciosas aunque limitadas ediciones de lo mejor y menos conocido del otro y de este lado del charco (no se pierdan Cesta de luto, de Juan Carlos Bóveda Jaínez; pero esa es otra historia). Como las Crónicas de Bob Dylan, aquí Richard M. Keith nos presenta etapas de su vida fuera de un orden cronológico, saltando de su infancia a la etapa en que publicó sus primeras colaboraciones profesionales, o a una surrealista etapa a mitad de los ochenta (tampoco él se salvó de la cocaína). El discurso narrativo sólo puede intuirse por ahora, pues todavía estamos penetrando en una obra de unas dimensiones, supuestamente, grandiosas. Pero como principio pinta más que bien, y cada uno de los cinco largos capítulos puede leerse de forma independiente, con su principio y final, y su tono distintivo.
Por lo que Keith nos cuenta de su infancia, esta fue cualquier cosa menos aburrida. Hijo del físico Norman Keith y de la novelista de origen israelí Sarah Liman, en clave jocosa nos cuenta sus aventuras como si de un Huckelberry Finn de clase media-alta de Nueva Inglaterra se tratase. Historia iniciática fuera de la norma, cuento navideño en pleno agosto, seduce por su ternura pero nunca empalaga.
Otro capitulo destacado es en el que desgrana su particular apología de Robert Adler, inventor del mando a distancia. Keith inició, a mediados de los 80, una campaña mediática para que se considerase al ingeniero como candidato al Premio Nobel de Física. Las apenas 40 páginas en donde nos cuenta toda la aventura son, simplemente, descacharrantes.

No queremos destacar más capítulos, pues la calidad media es muy homogénea (por lo alta) y tampoco queremos destripar más sorpresas de la cuenta (que las hay, palabra; un tipo que solía jugar al billar con Bertrand Russell es cualquier cosa menos corriente). Esperamos impacientes la publicación del segundo volumen, y del tercero, y del...

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