lunes, 24 de marzo de 2008

La Excusa de Warren Johnston


Norteamericano de nacimiento pero autoexiliado a Francia en los años 50, dónde vivió hasta su muerte en 1991, a la venerable edad de 99 años, Warren Johnston hizo de todo para ganarse la vida: tocó el trombón de varas en bandas militares de baile, fue barman, vendedor de aspiradoras durante más de una década... pero sobre todo, fue escritor. Aunque reconoció haber escrito más de 1.000 libros (el número exacto no lo sabía ni él), no busquen más referencias a su nombre que la aquí reseñada, porque toda su producción la escribió bajo múltiples pseudónimos (W.J. Golden, Julius Corrigan, Dexter Plunk, John Lone Johnston, Warren Savage, y un larguísimo etc.). Su obra, en su gran mayoría pequeñas novelas de edición barata (los famosos pulps) abarcó los más variados géneros: western, ciencia ficción, bélico, space opera, fantasía heroica, policíaco, romántico, erótico... destacando siempre (o eso dicen) por una frescura y una imaginación desbordante que lo elevaban ligeramente por encima del estándar de estos productos fabricados en serie (lo que tampoco es decir mucho).

Uno de sus mayores logros profesionales fue formar parte del taller de negros literarios del fabricante de best-sellers Calvin P. Brian, hoy bastante olvidado, pero en su momento conocido por la interminable saga de su celebérrimo Sargent Greenstone con, atención, 138 novelas de las que se vendieron más de 300 millones de ejemplares, que se dice pronto. La saga, comenzada por el propio Brian a principios de los años 40, narraba, en clave patriótica, las aventuras del Sargento Piedraverde y su pelotón de valientes soldados contra los nazis en plena Segunda Guerra Mundial. Terminada la confrontación bélica, como le ocurrió a miles de soldados reales, nuestro sargento también tuvo que reciclarse. Durante unas cuantas novelas permanece en la Europa devastada por la conflagración atando cabos (mayormente, rastreando y matando a nazis huidos). Agotado el tema, el personaje vuelve a Estados Unidos donde comienza el desfile de géneros y temáticas (y de negros), comprendiendo los editores que cualquier producto con el logotipo del Sargent Greenstone en portada es garantía de ventas millonarias. Así que Piedraverde se ve involucrado en conspiraciones comunistas (el nuevo diablo), sirve temporalmente en Corea, recuerda algunas aventuras en clave nostálgica de la Gran Guerra, investiga crímenes al más puro estilo hard boiled y, ya en unos delirantes años sesenta, incluso llega a viajar en el tiempo para intentar salvar a Lincoln del magnicidio. Es en esta década dorada del psicotronismo más desbocado cuando nuestro querido Warren entra a formar parte del amplio plantel de negros. Suyas son, que se sepa, 17 novelas protagonizadas por el Sargento y, una vez más, se dice que de las mejores (o al menos de las más divertidas y dignas, con ese punto de autoparodia tan presente en toda su obra). Argumentos que van desde la falsa muerte del Sargento (en una especie de Sunset Boulevard con retruécano final), viajes espaciales (Greenstone es el primer hombre en pisar la Luna, cuatro años antes que Armstrong), fugas carcelarias, conspiraciones extraterrestres, ataques de hombres prehistóricos, y demás atentados al sentido común (y al aburrimiento) son desarrolladas por el señor Johnston con todo su oficio, imaginación y talento, que no es poco.
En los años setenta, ya fuera de la franquicia Greenstone, se gana las habichuelas sobre todo con novelillas eróticas, cuando no directamente pornográficas, algunas de ellas editadas en España en los ochenta por la subsidiaria guarrilla de Ediciones Navarro, Colección Flor de Piel, unos entrañables tomillos de lomo rosa que todavía se pueden encontrar en alguna librería de viejo. Son aventurillas exóticas salpicadas de encuentros sexuales, narrados con gracia y con metáforas más o menos evidentes, tirando a ingenuas y casi cándidas leídas hoy (apenas un par de erecciones por tomo, si me permiten la franqueza), firmadas sobre todo con el pseudónimo de Warren Savage. Destaca, para un servidor La Glándula Maestra, título antitrempante para una novela erótica también tirando a desasosegante y aguafiestas, cercana a las primeras películas de David Cronenberg, en una mezcla aberrante e increíble (en el sentido literal del término) entre ciencia ficción y erotismo de quirófano. No me puedo imaginar a nadie poniéndose cachondo con algo así.
Y llegamos por fin a 1982, año en que publica La Excusa, único libro que firma con su verdadero nombre. ¿A qué se debe este cambio fundamental? Quizás por primera vez se sienta orgulloso del resultado final, alejado ya de todo género, aunque sin abandonar su característico estilo directo y conciso, casi telegráfico. Quizás porque es, de forma oculta, una obra autobiográfica, en el sentido de que aquí aplica la autoparodia a su propia persona, como fabulador, y no a un género en concreto o a un personaje ajeno. Así, el protagonista de este extraño libro es un dentista al que un buen día llega a su consulta un exterminador de insectos para que le quite todos los dientes (aparentemente sanos) a fin de que se los sustituya por una dentadura postiza. El dentista, reticente en un principio, y el paciente, al que sólo puede quitar un diente por sesión (?), inician una extraña relación en la que el galeno le cuenta una historia durante cada extracción dental, mientras el otro permanece sedado con la boca abierta. Son, al principio, pequeños acontecimientos de su propia vida, que luego va maquillando para hacerlos más interesantes, terminando por alejarse de la realidad y conformando una suerte de doble identidad. Todo se complica cuando el exterminador quiere seguir manteniendo una relación de amistad con el dentista, en realidad con su némesis imaginario, haciendo que los enredos y las complicaciones se sucedan, primero de forma hilarante para luego, poco a poco, ir introduciéndonos en un ambiente enrarecido y claustrofóbico con un final desasosegante, espeluznante, que le da una vuelta de tuerca inesperada a todo lo acontecido, dejándote con una sonrisa congelada en el rostro (como una película hecha a cuatro manos por Polanski y Haneke). Se trata de una obra llena de extraños simbolismos, con una imaginería única y personal, y un tempo narrativo perezoso, como si sus personajes habitasen un universo paralelo desfasado unos segundos en el tiempo con respecto al nuestro, y esto crease más disparidades de las que en un principio pudiésemos imaginar.
Una lástima que Johnston no continuase con esta vertiente tan personal de su obra, quedando este título como un artefacto único en su especie. Una verdadera joya que la editorial Skyline pone a nuestra disposición con extras de lujo (como en los DVD): una completísima introducción del erudito Ramón Carrera (de la que está extraída buena parte de este artículo... gracias, maestro) y un prólogo inédito del propio autor, poco esclarecedor pero interesante. Para atesorar.

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