domingo, 30 de marzo de 2008

Verde Oliva de Francesco Cácamo

De una belleza helada, casi translúcida, la prosa del italo-suizo Francesco Cácamo, poeta con hiatos de narrador, y no al revés, nos introduce en un enredo plagado de incestos, de crímenes sin castigo, de asesinos sin remordimientos, de cadáveres parlantes, de libros a los que faltan páginas y de perspectivas que se alargan hasta el infinito, como en un cuadro de DeChirico.
Una imagen turbadora, duchampiana, abre esta breve novela de Cácamo: una mujer tendida en una cama se masturba, con las piernas abiertas y la falda subida, ofreciendo abiertamente su sexo, mientras un muchacho la observa embelesado a través del cerrojo de la cerradura. No sabemos si la mujer sabe que la están observando, y no lo sabremos hasta que no hayamos leído, como en un suspiro contenido, las 119 páginas intermedias.
Sergio Velafonte, el joven protagonista, voyeur por vocación y amnésico por convicción, vive en un presente continuo que le impide remontarse más allá de la página precedente. Metáfora de una Europa enferma y obesa, de un continente hundido bajo el peso de sus propias heces, el joven Sergio vive como una alimaña, alimentándose de los despojos de su acaudalada familia, espectador mudo entre una jauría de charlatanes. Arrastra sus macilentas carnes por los pasillos de una mansión en la que en cada rincón hay un lienzo, y en cada lienzo un secreto. Siguiendo el orden caprichoso al que el deambular de Sergio nos obliga, en una noche de vigilia de pasos apagados sobre mullidas alfombras, vamos desenredando la maraña llena de nudos que es el pasado de los Velafonte, placton que se cuela entre las redes del pobre protagonista, que no pilla ni una. La ironía dramática posibilita momentos tanto hilarantes como cargados de tristeza, cuando no las dos cosas a la vez, en un alarde de delicadeza y elegancia que aleja en todo momento este breve tomo de la burda farsa.
La madrileña Kilómetro Cero sigue dando pasos firmes en su aventura editorial. Empeñados en ofrecernos lo mejor de entre lo más arriesgado del panorama internacional actual, después de Su mejor amigo de Francis Guido Trenton (apreciable recreación de los musicales de la Paramount con desafine punk) y La muerte del jazz, una indescriptible epopeya sobre el vello púbico femenino de Kazuo Tanisaki, ahora aciertan plenamente con su tercera referencia, la primera verdaderamente imprescindible de su catálogo; y seguro que no la última.

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