lunes, 17 de marzo de 2008

El sonido de la jodienda de Paul Standell

Su obra más conocida es la crónica de la mastodóntica gira americana de los Grand Funk Railroad del 74, ya publicado como coqueto librillo en la época (en U.S.A., se entiende), y que abre y da título a esta potente recopilación. Pero a parte del periodismo rock, mundo que nunca se tomó del todo en serio (como ninguna otra cosa, todo sea dicho), Paul Standell dedicó la mayor parte de su tiempo y talento a destripar de forma lúcida las miserias del sueño americano en breves textos, la mayoría de ellos aparecidos en las publicaciones más izquierdosas e iconoclastas de los sesenta y setenta, y ahora recopilados de forma póstuma en este voluminoso y denso tomo de letra abigarrada. Referente capital de autores tan dispares como Don Delillo o David Foster Wallace, Standell pagó, como la mayoría de los pioneros, la deuda de los que vendrían después.
Encontramos en este tocho, además de las salvajadas de los Grand Funk narradas en una segunda persona de lo más desmitificadora, las vicisitudes del pobre Standell con una lámpara de 30 kilos y sin coche en las afueras de Los Angeles, la crónica de una inundación en Crestview, Florida, a un club de obesos insultando a nutricionistas en Palisades, al autor tres semanas encerrado en una habitación de hotel esperando a Dennis Hopper, jugando al golf en un campo improvisado en Saigon, rastreando osos en Alaska, haciendo contrabando de puros abanos, bromeando con el psichokiller Jefrey Dumm, y mil y una locuras más. Siempre riguroso, siempre impredecible, siempre lúcido, lejos de los desbarres drogotas de Hunter S. Thompson, al que se le comparó en más de una ocasión (creo yo que más por el look que por otra cosa), Standell sólo tenía un vicio peligroso: el tabaco, que se lo llevó al otro barrio de un enfisema en 1983. En sus últimos textos, también aquí presentes, airea las interioridades del Partido Republicano llegando a conclusiones que vistas con el tiempo asustan por lo premonitorias. La edición de la argentina Jiménez Partido Ed. resulta impecable (si uno ignora los modismos inherentes a aquellas latitudes). Sale carillo de precio, tampoco nos engañemos, pero vale su (mucho) peso en oro.

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