lunes, 17 de marzo de 2008

The Killer Girls de Armand Thesort

Extraño artefacto el que nos ocupa, que merece ponernos en antecedentes. El belga Armand Thesort (con abuelos paternos de Girona, por cierto), único integrante de este no-grupo, multi-instrumentista dotado y enfant terrible del free jazz más free del antiguo continente (formó parte del quinteto del saxo tenor Dexter Saunders en su lustro mágico de 1987-91, donde grabaron ocho salvajes discos de estudio y el indispensable directo Live Nightmares over Copenhage), entra en contacto con el listillo cineasta británico Thomas Vine, que le encarga el acompañamiento musical para una videoinstalación destinada a una retrospectiva de nuevo audiovisual británico en la Tate Modern nada menos. Satisfechos ambos por el resultado, deciden colaborar en el próximo proyecto que Vine tiene en mente: The Killer Girls go Crazy, una sexplotaxion musical a medio camino entre Russ Meyer y Vicente Minelli (?), según palabras de los propios promotores del artefacto.
Del argumento poco se sabe, a parte de estar protagonizada por una pandilla de muchachas desatadas que se lanzan frenéticamente al asesinato de machos, vía ahorcamiento, para recoger sus últimas eyaculaciones por algún extraño motivo. Todo esto en clave musical, no lo olvidemos. En realidad no sabemos cuanto se llegó a avanzar en el proyecto, ni cuan en serio se lo tomó el señor Vine; pero sí sabemos que Thesort terminó la banda sonora, en la que él toca todos los instrumentos (salvo las percusiones de Joseph Vargas y las voces femeninas, una especie de Ronettes en crack). Extraña el contenido, muy alejado de su obra anterior y posterior, próxima al glam de Rocky Horror Picture Show pero en clave lo-fi. En cierto modo esto suena a maqueta preliminar, pulida para su publicación, pero lejos, creemos, de las intenciones finales del perfeccionista Thesort, que en alguna entrevista admitía buscar un sonido como si Phil Spector hiciese la banda sonora de Garganta Profunda. A pesar de las deficiencias sonoras, la música que contiene es jovial y contagiosa, más duradera en el córtex cerebral de lo que una primera escucha podría presagiar. Recuerda a los viejos y buenos tiempos sin resultar clónica, y supone una rareza y una agradable sorpresa tanto hoy como si lo hubiesen publicado cuando se grabó, en 1994.

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