sábado, 22 de marzo de 2008

Pequeño Colegio Yale de Anais Lundgren

Anais (de nombre real Lois Shore) nace, con el siglo XX, en Perth, Australia, pero pronto vuelve con su prole a su originaria Brighton, donde pasará el resto de su vida. Aquejada desde pequeña de tuberculosis, pasa gran parte de su infancia internada en sanatorios o recluida en casa, tiempo que dedica a leer de forma incansable. Entre sus textos favoritos cita en sus diarios y correspondencia a autores tan dispares como Tolstoi, Mark Twain, Mellville, Colette o Dickens. Sin apenas estudios académicos, debido a los continuos hiatos en los que está ingresada, se prepara de forma autodidacta para ingresar en el equivalente al actual magisterio. Acabada la carrera con un expediente notable, entra como maestra auxiliar en un pequeño colegio femenino de la propia Brighton, el Saint Apollonia, de donde tomará la inspiración para su única obra larga de ficción, Pequeño Colegio Yale. El empuje para escribir, sin embargo, lo toma de su coetánea Virginia Wolf: aunque ya había leído su obra anterior, será su Mrs. Dalloway, que la sobrecoge, la que le dará el último empujón para intentar plasmar por escrito todas las ideas que le llenaban la cabeza desde su infancia. Escribe sin descanso durante seis meses un total de 17 relatos, de los que escoge los que considera los tres mejores (Endlees, Mr. Hutton and his Honor y Too Many Boxes) y se los envía a la propia Virginia Wolf. Ésta le responde personalmente con una misiva amable pero no especialmente alagadora: le recomienda que siga trabajando incansablemente, pues se aprecia talento, pero le falta encontrar su propio estilo. Efectivamente, leídos hoy esos primerizos relatos, la huella de la Wolf está presente de forma más que evidente. Quizás fue un error en la elección, pues entre los relatos descartados ya hay pequeñas joyas donde se puede apreciar el estilo propio de Lundgren (pienso en maravillas como Night in the Livingroom, una obra maestra de apenas ocho páginas que puede mirarse de tú a tú con cualquier gran relato de la época).
Cuando la salud se lo permite, Lois sigue escribiendo en cualquier momento libre que su trabajo le brinda, sobre todo por las noches. Comienza a tomar notas para una obra larga, quizás una novela, que empieza a larvar en su cerebro: la historia de un colegio femenino, de sus alumnas y sus aventuras. Para ello se sirve de todo lo que vive día a día en su trabajo, pero sobre todo de lo que sus dos hermanas le contaban al volver de clase a una Lois recluida en cama. Esas vivencias contadas, y por tanto mitificadas, son la base sobre la que Lundgren construye su discurso, dando como resultado una obra plena de fantasía, humor, encanto, frescura y, sobre todo, de unas contagiosas ganas de vivir. Es una novela reconfortante, pero en ningún momento complaciente ni escapista: hay momentos duros, como durísima fue la vida de su autora. El hilo conductor es endeble, apenas una excusa: la desaparición de uno de los mapas del cajón de la profesora. Esto permite a la autora inmiscuirse, con un estilo en tercera persona caprichoso y entrometido, en las vidas de las alumnas, en sus idas y venidas, en sus amores y decepciones. Lo de menos es quien ha cogido el mapa, aunque la resolución no deja de tener su gracia. Su estilo ha llegado ya a su madurez plena, y el protagonismo múltiple parece capturado por su prosa de forma natural, nada acartonada, con una viveza impresionista que te transporta en medio de la acción.
En vida sólo llegó a publicar dos relatos en una revista local (The Brighton’s Sons), con el pseudónimo de Anais Lundgren (el nombre con el que se autodenominaba desde niña, en una doble identidad libre de su enfermedad incapacitante, más el apellido de soltera de su madre), como póstumamente será conocida. Muere en 1939, por insuficiencia respiratoria. Será su hermana Margareth la que se hará cargo de su legado, que descubre asombrada, pues no conocía su faceta de escritora. Tras la Segunda Guerra Mundial su obra (una recopilación de relatos, su correspondencia, una pequeña novela no terminada titulada The Riverside’s Oak, más la que nos ocupa) se publica de forma periódica en lengua inglesa, nunca alcanzando el reconocimiento que muchos consideramos que se merece. Por primera vez podemos disponer de una edición en castellano de su obra maestra, de la mano de Canto Dorado Ediciones, en un más que digno intento de acercarnos la obra de una escritora enorme y enormemente ignorada.

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